Fútbol - Por César Carignano

Jueves 17 de Noviembre de 2016 - 07:23 hs

"El objetivo es integrar"

Foto ilustrativa

El fútbol significa mucho en estas latitudes. Desde tiempos inmemoriales la cosa es así, pero basado en los éxitos alcanzados, en el talento siempre floreciente o en lo poco que le exige a los protagonistas para practicarlo se ha ido transformando en parte del gen argento, en un signo distintivo de esta tierra.

Tiene el don de atravesar la sociedad de punta a punta, más allá de donde vivan, que coman o cada cuanto coman los integrantes del equipo del campito, del parque, de la plaza o del club barrial. No precisa mayor inversión que algo redondo -o parecido- que se deje patear. Tampoco impone indumentaria exquisita, es más, con que un puñado de chicos acepte jugar en cuero los equipos quedarán definidos y probablemente con esas mismas remeras terminen confeccionándose los arcos, si es que los árboles están muy lejos entre sí.

Tiene en consecuencia, la maravillosa virtud de integrar, de equiparar, de alejar por un rato al menos las realidades de cada hogar para que el mundo se reduzca a algo tan esférico como el mismo planeta: la pelota.

Es a su vez, un pilar de nuestra cultura popular y a través de ello un educador, un transmisor de valores como la cooperación, la tolerancia, la amistad o la valentía. Todo lo que ocurre en este juego puede aplicarse a la vida cotidiana. Allí radica un enorme tesoro que como sociedad debemos preservar. Porque a decir verdad, hoy las cosas ya no son como eran. Sin dudas han cambiado. Los adultos tienden a provocarle una metamorfosis negativa a diario, que termina cargando de dramatismo y nerviosismo un acto que para nuestros pibes debe ser lúdico o problemático en la dimensión que ellos elijan darle.

Pero no, las frustraciones, las cargas emotivas de los que ya no somos chicos parecieran salir disparadas de nuestros cuerpos para adosarse a las espaldas de nuestros pequeños cada vez que entran a una cancha. Desde hace tiempo se nos ha hecho habitual esto de ir a los partidos a descargar tensiones cotidianas, pero hacer esa catarsis cuando los que corren el balón son pibes ya es demasiado. Es un límite que debemos diferenciar porque de otro modo les generaremos una infancia alejada del disfrute y dejaran de asociar este deporte al placer para asociarlo al triunfo por encima de todo.

Justificar el fin enviciando los medios es cruel. Nunca puede considerarse el resultado por sobre la formación humana de los pibes, más allá de que a todos nos guste ganar. Solos encontraran la competencia en la medida que sus cuerpos y sus desafíos crezcan.

Generalizar es siempre caer en lo fácil, es evitarse el tiempo de pensar, analizar y reflexionar. Hay grandes formadores que trasmiten la diversión y el gozo en la búsqueda de la sonrisa. Del mismo modo, desde siempre existen aquellos arteros que pretenden encontrar en los chicos las victorias que no han sabido concebir dentro del campo, al precio que sea. Lo preocupante son las proporciones. Los primeros siguen existiendo, pero los segundos se han multiplicado. Y ahí anida el riesgo.

No olvidemos que la primera escuela es la casa, antes que el colegio o el club. Y ese factor también parece inclinarse hacia la persecución del éxito usando como vehículo la vida deportiva de los hijos.

En consecuencia, es común ver niños mareados entre las indicaciones del entrenador y del padre; arqueritos que son desplazados por un compañero más corpulento a la hora de una definición por penales; entrenadores que se exponen a la descalificación utilizando chicos que no están inscriptos; pibes que no pisan la cancha porque no están al nivel de los mejores de su división… Crueles decisiones propias de la adolescencia o la adultez volcadas a la primera infancia de muchos.

Y me pregunto, con la necesidad que tenemos de darle contención a los más pequeños para sacarlos de las calles y sus peligros… ¿Este es el rumbo que queremos darle al deporte más popular de este suelo? La respuesta es obvia, pero las palabras vuelan como los papelitos en las tribunas. Porque en definitiva, desde las acciones construiremos la personalidad y la educación de nuestros hijos.

Probablemente estemos a tiempo de modificarlo, pero primero debemos replantearnos nuestras conductas antes de condenar a la tristeza a la redonda… y a nuestros pibes.

Fuente: LT10