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Miércoles 08 de Mayo de 2013 - 21:35 hs

La gran fragilidad de los vínculos humanos, retratada en el filme “Pensé que iba a haber fiesta”

 “Me interesa hurgar en los sentimientos encontrados de la gente, esos que nos vuelven personas más miserables, mezquinas e hipócritas aún contra nuestra voluntad, y que son sensaciones que en mayor o menor medida nos alcanzan a todos”, remarcó a Galardi a Télam sobre la película que llega este jueves a los cines locales.

En esencia, “Pensé que iba a haber fiesta” cuenta la historia de Lucía (Bertucelli), arquitecta de una clase media acomodada, madre de una adolescente y divorciada desde hace tres años de Ricky (Mirás), a quien considera un “patético” ex marido.

En medio de nuevas y abrumadoras propuestas laborales, Lucía decide que necesita tomarse unos días con su nueva pareja (Lamothe) en Uruguay y le pide a Ana (Anaya), su amiga española radicada hace algunos años en el país, si puede hacerse cargo de su casa y de su hija durante un fin de semana.

Y Ana, una hermosa mujer que se disputa entre un trabajo de actriz de propuestas laborales poco remuneradas y erráticas relaciones amorosas, acepta feliz la posibilidad de dejar su pequeño departamento para pasar unos días disfrutando del sol en una pileta prestada.

“Todo el tiempo estamos en situaciones que podemos arruinar por un comentario, una actitud; por pensar en nosotros y no en el otro y en la amistad eso es más notorio porque es un vínculo que sólo se sostiene por voluntad de ambas partes, no más”, resaltó la directora de la película “Cerro Bayo”.

Y eso se advierte en el filme cuando Ricky llega a la casa a buscar a su hija y se reencuentra con Ana, a quien no veía desde hace casi dos años. Y el flechazo es casi instantáneo: se gustan. O quizás siempre se gustaron. Y contra todo artilugio de persuasión moral que pueda imaginarse, nada hacen por detener el impulso.

Pero la impunidad de ese deseo cede cuando Lucía vuelve de viaje y, en medio de un poco confortable festejo de Año Nuevo en su casa junto a su amiga y la familia de su novio nuevo, Ricky aparece con la excusa de saludar a su hija después de las 12.

La historia es pequeña, simple, pero en medio de un relato cerrado e intimista se abre la puerta a disyuntivas siempre irresueltas y absolutamente universales: “¿Por qué, si lo considerabas un hombre patético, no puedo intentarlo yo con él?”.

La potestad sobre el pasado, si existe o no o algún tipo de prescripción en torno a los amores sepultados; ese farragoso terreno que hasta el momento no pudo establecer ningún tipo de jurisprudencia afectiva, se debate en el filme alejado de toda moralina.

“Siempre busqué que las dos tuvieran razón, quería ponerme en el lugar de ambas porque se puede defender la posición de Ana y la de Lucía. El error es tomar partido por una sola porque la realidad es que, en el fondo, todos estamos en la búsqueda del amor”, postuló quien debutó cinematográficamente en 2008 con “Amorosa soledad”, que dirigió junto a Martín Carranza.

Es que, ya sea por identificación u oposición, ambas mujeres tienen la capacidad de generar algún tipo de reconocimiento. Todas nos sentimos un poco Lucía y, en el fondo, también querríamos ser como Ana.

“El personaje de Valeria es más estructurado y organizado, tiene una carrera, es arquitecta, construyó una familia, una casa, una vida armada”, describió la neuquina acerca de la criatura que le tocó a Bertucelli.

“Mientras que el de Elena está más perdido en la vida, no tuvo éxito en el trabajo ni con sus parejas y eso demuestra un poco que, a pesar de ser muy lindas, a veces a esas chicas no les va necesariamente bien”, apunto Galardi acerca del rol de la actriz ganadora de un Premio Goya por su protagónico en “La piel que habito”, de Pedro Almodóvar.

“Uno hace las películas, sin formar parte de un ejercicio psicológico, como una forma de catarsis y, para mí, el amor a veces tiene que ver con la suerte”, redondeó.

Fuente: Telam