Opinión

Jueves 07 de Febrero de 2019 - 21:16 hs

La misma cantinela para la misma clientela

Actualizado: Jueves 07 de Febrero de 2019 - 21:17 hs

“Contra el gobierno al servicio de la banca extranjera y el capital imperialista; por los derechos inalienables de los trabajadores; por una economía nacional productiva y en contra de la especulación financiera; contra la oligarquía terrateniente, la Sociedad Rural, y la Bolsa de Comercio; por la nacionalización de la banca extranjera; rechazo a las importaciones que arruinan la economía nacional; por un gobierno popular que no esté de rodillas ante los poderes imperiales; por una Argentina libre, justa y soberana”.

Palabras más, palabras menos está declaración a todos nos resulta familiar, tan familiar que podríamos decir que está firmada por Moyano, Baradel, Yasky, Pino Solanas, D’Elía o Guillermo Moreno. Pues bien, no es así. Tampoco es del año pasado o del anterior; mucho menos de los tiempos de Fernando de la Rúa, Carlos Menem o Raúl Alfonsín.

¿Cuándo se conocieron estas consignas? ¿Cuándo los argentinos escucharon por primera vez esta “música del pueblo? Se lo respondo: en 1964. Fue con motivo del célebre Plan de Lucha organizado por el peronismo y dirigido por los compañeros Vandor, Alonso y Coria, entre otros. El plan de lucha se lo hicieron a Illia que hacía poco terminaba de aprobar la ley del salario mínimo, vital y móvil.

La conspiración se desarrolló durante varios meses. Se tomaron 11.000 fábricas, hubo manifestaciones, actos callejeros, conferencias de prensa y algún que otro atentado. Según los dirigentes peronistas, el país no daba para más; la clase trabajadora no podía ni debía soportar un día más a este “gobierno de vendepatrias y corruptos”. ¿Corruptos? Sí, el gobierno de Illia era, además, calificado de corrupto. Y el propio Perón, días después de la asonada militar, no tuvo reparos en calificar a la gestión de la UCR como la más corrupta de la historia.

En esa lucha y detrás de estas consignas se prendió la izquierda creyendo que sus aportes contribuían de manera decisiva a la revolución social. En un acto público, el líder local de la UOM, dijo mirando al dirigente comunista que lo acompañaba: “Marx proclamó: “Proletarios del mundo, uníos”…nosotros decimos : “Todos unidos triunfaremos…estamos unidos en la misma lucha y contra el mismo enemigo”. El enemigo era el viejito Illia.

No hubo estado de sitio, no hubo presos políticos o gremiales, pero esos “detalles” no tenían ninguna importancia, porque lo que importaba era tirar abajo al gobierno radical y gorila. Lo hicieron. Claro que lo hicieron. Mejor dicho, lo hicieron los militares, pero con el auxilio de la burocracia sindical peronista. El día de la asunción de Onganía estaban presentes Vandor y Alonso. Tres años después los dos serían acribillados a balazos por esos comando civiles que respondían al nombre de Montoneros. Pero para ellos el enemigo era el viejito Illia

Lo interesante de todo este itinerario histórico es que pocos años antes las mismas consignas de lucha, exactamente las mismas, fueron las que levantaron para hacerle la vida imposible a Arturo Frondizi. Y como para no privarse de nada, esa misma

cantinela usaron hasta el cansancio contra Alfonsín durante los trece paros generales con el compañero Ubaldini a la cabeza.

Y si se toman el trabajo de leer las consignas que usaron contra De la Rúa y las que ahora están usando contra Macri, observaremos que en sesenta años la llamada resistencia nacional y popular recurrió a la misma cantinela, no sabemos bien si por pereza intelectual o, sencillamente, porque no tienen otra cosa que decir o porque en sesenta años no fueron capaces de elaborar una idea más. De todos modos, hay motivos para sospechar que la monotonía de consignas proviene más de la indiferencia que de la ausencia de imaginación, porque lo que en verdad les importa no son esas consignas que solo poseen un valor retórico y que muy bien se podrían canjear por otras, sino recuperar el poder como sea y contra quien sea.

Sinceramente, y con la mano en el corazón, nadie puede creer en su sano juicio que burócratas ávidos de poder y riquezas como Vandor, Lorenzo Miguel, Moyano o la larga lista de equivalentes, estén preocupados por la pobreza de los trabajadores, cuando todos los indicios nos sugieren que su relación con los trabajadores gira alrededor de la manipulación o de disponer de una base operativa para sus ambiciones personales.

Prepotentes, codiciosos, violentos, extorsionadores y coimeros, siempre rodeados de matones, anticomunistas profesionales, amigos de pactos y alianzas con los militares más fascistas, los empresarios más corruptos y los servicios de inteligencia más perversos, su inflamable y machacona retórica de consignas nunca fue más que ruido y humo para ganar el poder, en muchos casos de la mano de los militares a quienes siempre honraron forjando pactos como muy bien lo denunciara Alfonsin en su momento.

¿Todos quienes lucharon en estos años fueron farsantes, corruptos, venales? Por supuesto que no. En los últimos sesenta años hubo dirigentes honestos, combativos, dirigente preocupados por representar como corresponde a sus bases, tipos austeros, valientes, que en muchos casos arriesgaron o perdieron la vida por ser leales a sus ideas. Esto fue así. Y negarlo sería injusto o algo peor.

Pero también es verdad que a la hora del balance histórico -como en esos western spaghetti- los que ganaron sistemáticamente fueron los malos, los más corruptos, los más traidores, los que más se enriquecieron. Y no fue casualidad que hayan ganado. La cancha, el partido, los árbitros, los directivos y hasta la tribuna estaban programados para que los que ganen sean los malos. “La mafia es la mafia” le dijo don Lucky Luciano a su mejor alumno; “puede evolucionar o acomodarse los tiempos, pero no pretendas transformarla en una sociedad de beneficencia porque vas a terminar flotando en el río con un plomo en la cabeza”.

¿Acaso la proscripción en los tiempos de Frondizi e Illia no explicaba y justificaba todos los excesos? Más o menos. La proscripción existía, pero también era verdad que tanto Frondizi como Illía hicieron esfuerzos para abrir espacios a la participación del peronismo. Digamos que fueron gobiernos decididos a asumir los desafíos de transitar desde una democracia proscriptiva a una democracia ampliada. El problema del peronismo es que no querían ni democracia proscriptiva ni democracia ampliada, porque en realidad el problema de ellos era la democracia como tal. Lo muchachos no querían urnas, querían botas. Botas nacionales. Como las de Onganía, por ejemplo.

Lo interesante en 2019 es que no solo se sostienen las mismas consignas para combatir al gobierno antiperonista de turno, sino que los muchachos no tienen

reparos en reivindicar a la distancia, muy a la distancia, a los gobiernos de Frondiz, Illia y Alfonsín, los mismos a los que en su momento hicieron lo posible y lo imposible para derrocarlos.

Hoy los compañeros no vacilan en calificar a Frondizi como un gran estadista, a Illia como un viejo honesto y a Alfonsín como un radical de principios. No sería descabellado suponer que dentro de unas décadas consideren a Macri como un patriota de la primera hora, manifestaciones de afecto y cariño que los compañeros prodigan cuando ya están bien seguros que los homenajeados están muertos y enterrados. ¿Qué pensar de esta singular recuperación del pasado? Sencillo: O mentían antes. O mintieron después. O mienten siempre.

Más allá de i matices y contradicciones, lo cierto es que desde los tiempos de Frondizi hasta la actualidad, la rosca corporativa opera con la misma eficacia y recurriendo a los mismos métodos y las mismas consignas contra todo gobierno que no sea peronista. Se trata de practicar el sensacionalismo más descarnado e irresponsable. El objetivo es propagar la sensación de que el país está al borde del abismo, que ya estalló, que nos gobierna el peor de los gobiernos de la historia. Así lo hicieron antes; así lo hacen ahora. El paciente tiene gripe, pero los compañeros no vacilan en diagnosticar cáncer terminal. Hasta ahora el negocio les salió redondo. Convencer al paciente que porta una enfermedad mucho más grave que la realmente tiene, suele ser la práctica preferida del populismo criollo. El problema son ellos, pero el otro problema lo tienen los pacientes que una y otra vez pagan con lo que no tienen por un diagnóstico tramposo.