Unión ha ido elevando progresivamente el listón de la exigencia y de la dificultad. No se ha conformado ni acomodado, ha querido más, ha buscado de manera incansable el camino, lo que le ha ayudado mucho en su desarrollo para llegar a la cima. Ahora sí queda claro que el ascenso es una obsesión de la que se ocupa sin distracciones, ya no solo fuera de la cancha, sino también adentro, donde están los que mandan.
La solidaridad, el orgullo competitivo, la determinación y el coraje resucitaron la afamada mística. Un sacrificio conmovedor están haciendo de este momento, el mejor de los últimos tiempos. Se advierte compromiso, intensidad y agresividad. Se despliegan con eficacia y tiene soluciones sencillas para situaciones hasta hace poco muy complejas, como era ganar de visitante.
El Tate tiene una propuesta abierta y generosa en su casa. Y es calculador, capaz de adecuarse a los ánimos del partido en su nuevo rol de “cazador” de resultados positivos fuera de su hábitat natural que es el “15 de abril”. Era lo que tanto se reclamaba de aquel equipo “doble faz”, que arrancaba perdiendo cuando salía de la “avenida”. Madelón supo interpretar cada momento del juego de acuerdo con lo que necesita su equipo y en función de lo que posee.
Si su juego tuviera música, hoy sonaría como una banda de “heavy metal”. Según el historiador de música Ian Christe su definición provendría del lenguaje hippie; heavy sería un sinónimo de potente o profundo y metal describiría un estado de ánimo como la pesadez. Es decir, este Unión es potente, profundo, pesado, con un ritmo enfático y mucha fuerza. Seguro que no todos lo disfrutan, pero nadie podrá negar su valía, su nueva y destacable convicción voraz por no defraudar. Ahora se ve una formación pragmática que entiende el juego y un público que disfruta de cada función, con la sorpresa de aquel que podría conformarse con un poco menos, pero acepta con sumo agrado lo que un grupo de individuos le entrega sin retacear absolutamente nada en cada “recital”.
Cada vez falta menos para alcanzar el obligado y arduo objetivo. La humildad de este grupo ayuda a digerir el éxito y a no distorsionar la realidad. Quedan un par de estaciones antes del necesario e ineludible destino final. Como le anticipamos antes del campeonato, el secreto mejor guardado de los Tatengues para poder vencer al enemigo está debajo de la camiseta. Sí, en la piel, en la sangre, en cada gota de sudor que brota como fruto del esfuerzo, el trabajo incesante y la dedicación constante.
Cuando Lucas Gamba tocó este domingo la pelota con su botín de porcelana, superando la llegada de los “cruceros” y dejando estático a Caffa, emulando las grandes definiciones del siempre oportuno José Luis Marzo, la nostalgia de los hinchas de Unión por aquellos inolvidables tiempos de los años noventa, tuvo una mágica alquimia entre el pasado perfecto, el presente lleno de alegría y un futuro que invita a soñar con la “vuelta” urgente.
La gente delira con un equipo que hace pocos días era una gran incógnita sin lograr consenso en la cátedra futbolera, y ahora es el mejor de todos en su zona. Cosas de un fútbol como el argentino en el que la lógica suele darse la cabeza contra la pared. Y mientras tanto, la banda de “heavy metal” seguirá tocando en todas las escalas que restan. No importa si de a ratos desafina, si distorsiona o hasta si no deleita a la mayoría. Por ahora alcanza con que la partitura esté aprendida, con la convicción del director de la orquesta y la ambición de los intérpretes. En este parejo Nacional B de propuestas avaras, Unión... ya suena de Primera.
Hoy - Columna de opinión
Lunes 27 de Octubre de 2014 - 14:37 hs