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Lunes 25 de Noviembre de 2013 - 11:43 hs

Unos 430 jóvenes de Rosario retornaron a la escuela para terminar la secundaria

 María Alejandra González tiene 21 años y quiere ser enfermera. Jonatan
González, quien cumplió hace poco 20, sueña con convertirse en
preceptor de su escuela. La maternidad prematura y la necesidad de
trabajar los habían hecho alejarse del colegio hace algunos años, pero
en marzo pasado regresaron y en apenas unos días los dos jóvenes
terminarán el cuarto año de la secundaria. Y ya empezaron a hacer
planes para un futuro no tan lejano.
Ale y Jony no son los dos únicos alumnos de la Escuela Santa Lucía,
de Riobamba al 7600, que se sumaron al programa Vuelvo a Estudiar,
lanzado en febrero por la provincia. Otros doce pibes del mismo
establecimiento se sentaron en sus pupitres este año después de largas
ausencias.
Según estadísticas del Ministerio de Educación santafesino, la
iniciativa posibilitó que en Rosario 430 jóvenes, de entre 14 y 22
años, se acerquen a 60 escuelas secundarias y establecimientos de
enseñanza media para adultos de siete barrios de la ciudad. El año
próximo el desafío será mayor: duplicar el número de jóvenes, escuelas
y barrios a donde llega la propuesta.
Para acompañar el regreso de estos alumnos se capacitó a 103
referentes institucionales dentro de las escuelas y doce consejeros
que los asisten dentro y fuera del salón de clases. Cada uno de los
regresos demandó distintas intervenciones: contactar a los jóvenes, a
sus familias, invitarlos a acercarse a la escuela y, sobre todo,
apoyarlos para que sostengan la decisión, resumió la ministra de
Educación provincial, Claudia Balagué.
El resultado, evaluó la funcionaria, es “muy positivo: el 60 por
ciento de los chicos a los que pudimos localizar hoy está escolarizado
y con un seguimiento dentro de la escuela”. Y aseguró que en 2014 el
programa se extenderá a otros siete barrios, duplicando el número de
escuelas y de adolescentes involucrados en la iniciativa.
Una gran familia. Alejandra vive en el barrio Las Palmeras, a pocas
cuadras de la escuela Santa Lucía, con su marido y sus dos hijos: uno
de 7 años y el más chiquito, de un año y medio. Es la segunda de nueve
hermanos de los cuales sólo uno terminó la secundaria. Sus padres
tampoco completaron la escuela media. “Pero siempre me ayudaron para
que pudiera seguir estudiando”, afirmó la joven, que además de
estudiar trabaja dos veces por semana limpiando casas.
Ale dejó la escuela dos veces: la primera, cuando tenía 14 años y
se convirtió en mamá. Después retomó, llegó hasta cuarto año y volvió
a dejar. “Se me hacía muy difícil dejar a los chicos”, contó. Una
situación que pudo resolver este año gracias a una hermana que se hace
cargo de los menores por la mañana y un permiso especial para
amamantar al más pequeño.
“De mis cuatro amigas que hicimos desde el jardín de infantes en la
escuela, sólo una terminó quinto año. Las otras quedaron embarazadas y
dejaron de estudiar porque no tenían quien cuidara a los chicos. Sería
importante que en estas escuelas haya guarderías donde las mamás
puedan dejar a sus bebés”, planteó.
Jonatan también tiene una familia más que numerosa. Es el más chico
de doce hermanos y espera ser el único que convierta en realidad “el
sueño de la vieja”: tener el título de bachiller.
De todos modos, no lo convence la idea de terminar el colegio.
“Sabés que pasa, siento que la escuela me saca de los malos caminos.
Tengo un aprecio grande por todos los maestros, por todo lo que hacen
por nosotros. Mi sueño es ser preceptor en esta escuela y compañero de
mis maestros. Porque estar acá te cambia todo”, afirmó.
Para los pibes como Jony, el tiempo que se pasa en la escuela es
importante. La calle es la única alternativa posible a los salones de
clases y, casi como en una espiral, la calle lleva a las adicciones y
las adicciones a los problemas con la ley.
La primera vez que Jony dejó el colegio fue en 2010 para trabajar
en el bar Torino, de Pellegrini y San Martín. El año siguiente retomó,
pero se quedó libre. “Me costaba levantarme a la mañana”, se disculpó.
Este año volvió a intentarlo. “Le dí tiro parejo”, graficó, para luego
agradecer el “aguante” de sus docentes.
Mantener la asistencia tampoco se le hizo fácil. Gran parte del año
trabajó en el supermercado Coto del shopping Alto Rosario en tareas de
limpieza, desde las 23 a las 7, y apenas hacía tiempo para tomar el
colectivo y llegar a la escuela.
En unos días, Ale y Jony terminarán cuarto año. A ella le gustaría
estudiar enfermería, quiere trabajar junto a sus docentes, en la
escuela. Sus proyectos están por empezar.
Historias de vida en un territorio muy duro
Esa misma mañana, la policía allanó un búnker atendido por un menor de
15 años en pasaje Aguilar al 7600, a apenas 200 metros del colegio.
La Escuela Santa Lucía está en medio de un territorio duro. Uno de
esos barrios donde los colectivos dejan de circular a las 19.30 y
taxis y remises se niegan a ingresar. A la secundaria asisten unos 120
adolescentes. El primer año tiene dos secciones de 30 alumnos, en
quinto hay apenas nueve chicos. Y las principales causas de deserción
no son, como en otros establecimientos, el embarazo temprano o una
posibilidad laboral sino problemáticas más complejas y peligrosas.
La noche previa a que La Capital llegara a la escuela, a unas cinco
cuadras habían matado de un tiro por la espalda a Mauro Salinas (19
años). Esa misma mañana, la policía allanó un búnker atendido por un
menor de 15 años en pasaje Aguilar al 7600, a apenas 200 metros del
colegio.
Romina Scott es la consejera del programa Vuelvo a Estudiar en
Santa Lucía. Tiene 28 años y en poco tiempo terminará la licenciatura
en Ciencia Política. Lo primero que le llamó la atención del barrio es
su ubicación, encerrado entre la Circunvalación, las vías y el acceso
a la autopista a Córdoba y con un solo ingreso por Ituzaingó. “Ese
contexto le da una impronta, pero a esos límites geográficos también
se suman situaciones límite”, asegura.
Por eso, dice, “cada uno de los chicos del plan demanda un trabajo
particular: no son pibes que se levantaron un día y decidieron dejar
la escuela sino que forman parte de un contexto complejo”.
Luego repasa los temas pendientes de tratar con las docentes
referentes del programa. Como el de un alumno que recientemente perdió
a su hermano o el de una chica de 16 años que dejó la escuela para
cartonear, pero tiene ganas de retomar y los profesores ya le están
preparando trabajos prácticos.

Fuente: La Capital