A mediados de 1970, el boxeo argentino vivía días de ansiedad. Desde hacía dos años, Juan Carlos “Tito” Lectoure insistía en todas las convenciones de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) con el mismo pedido: una oportunidad mundialista para Carlos Monzón, el santafesino que arrasaba con cuanto rival se le cruzaba.
Esa oportunidad comenzó a gestarse una noche cualquiera de julio de 1970, casi sin testigos y sin flashes. A Buenos Aires llegaron de manera silenciosa Bruno Amaduzzi —mánager del campeón del mundo Nino Benvenuti— y el promotor Rodolfo Sabatini. Nadie los esperaba.
Mientras en el Luna Park se desarrollaba una velada de boxeo, los italianos cruzaron la calle hacia el restaurante Napoli, donde los esperaba Lectoure. Entre pastas y vasos de vino, el italiano finalmente soltó la frase que el empresario argentino soñaba escuchar: “Amigo mío, me has perseguido desde Nueva York hasta Panamá. Ahora tu sueño se hará realidad: tendrás tu pelea”.
Con esa frase, Monzón empezaba a ver la puerta del mundo abrirse ante él. Por entonces, el santafesino ocupaba el primer lugar del ranking de la AMB, mientras que Emile Griffith lideraba el del Consejo Mundial. Benvenuti, que ya había enfrentado tres veces al estadounidense —con saldo favorable de dos triunfos—, debía elegir a su próximo retador obligatorio.
Los italianos optaron por quien creyeron más accesible. “Monzón era el más fácil”, dirían más tarde. Nadie imaginaba lo que vendría después. La pelea quedó pactada para el 7 de noviembre, en Roma. Apenas los emisarios italianos regresaron a Europa, Lectoure se puso en acción. Contrató una última pelea preparatoria, frente a Eddie Pace, el 18 de julio. Desde entonces, todo estaría enfocado en el combate mundialista.
Días más tarde, Lectoure se reunió con Amílcar Brusa y con el propio Monzón. Les confirmó que el sueño era un hecho.“No quiero que pelees más hasta noviembre”, le dijo. Monzón, con la crudeza de quien venía del sacrificio, respondió: “Don Tito, tengo que mantener a mi familia”.
Lectoure lo pensó un segundo y encontró la solución: “Desde el primero de agosto te voy a pagar 80 mil pesos por mes. Vas a entrenar como nunca. No es un regalo: te lo voy a descontar. Pero no quiero correr el riesgo de que te lastimen antes de la pelea más importante de tu vida”.
Monzón aceptó, aunque antes subió una vez más al ring: el 19 de septiembre, ante Candy Rosa. Ganó por nocaut en el cuarto asalto, pero sin brillo. “Fue tan floja la pelea, que nadie imaginaba que ese hombre estaba a punto de cambiar la historia”, recordaría años más tarde Lectoure.
El 7 de noviembre de 1970, Monzón obtuvo la corona mundial de los medianos, versión de la Asociación (AMB) y Consejo Mundial de Boxeo (CMB) al derrotar por nocaut en el duodécimo asalto a Giovanni “Nino” Benvenuti, en el “Pallazo dello Sport” de Roma, Italia, sorprendiendo a los especialistas, a pesar de estar clasificado segundo en el escalafón, teniendo en cuenta que para los europeos era un desconocido.
Así comenzó el camino que transformó a Carlos Monzón en campeón del mundo, y aquella cena en el Napoli quedó grabada como el primer round de una leyenda.