En el Teatro Apolo, Diego Peretti es hoy Stanley Kowalski, el complejo personaje de «Un tranvía llamado deseo» (Tennessee Williams, 1947), que popularizó en el cine Marlon Brando en la versión de Elia Kazan. Su Blanche DuBois, en esta versión dirigida por Daniel Veronese, es Érica Rivas.
Periodista: Para componer a Kowalski, ¿es necesario tener en su personalidad algo de la de él?
Diego Peretti: Rasgos parecidos a ese personaje no creo tener, salvo cierto núcleo básico instintivo que pasa nada más por momentos de bronca o de furia donde apelar a la fuerza como elemento restaurador. Pero enseguida la cultura y la civilización me colocan en mi lugar, soy un tipo muy racional. Lo de Kowalski es algo que puedo espiar y que quizás mucha gente o todos tenemos.
P.: El prejuicio social es otro de los motores dramáticos. ¿Pervive hoy como entonces?
D.P: Sí, somos prejuiciosos, en general. El prejuicio tiene que ver con la falta de seguridad, con la envidia, el resentimiento, la poca libertad. Esta es una sociedad bastante golpeada y frustrada, donde la gente pocas veces puede llegar a cumplir sueños. Entonces eso hace que no se puedan establecer las causas de por qué no pueden desarrollarse. El mecanismo más simple es mirar al otro y empezar a regodearse con su historia, atacándolo. Mirarse al espejo es muy complicado y la vida cotidiana es tan vertiginosa que el mecanismo más inmediato es fijarse en el que está al lado. Cuando la comparación da saldo negativo, se empieza a defenestrar. La obra ya es un clásico moderno y, como tal, mantiene determinados temas que, de no haber un cambio enorme, seguirán manteniéndose, por más que hayan pasado casi 70 años.
P.: La discriminación al inmigrante, por caso. A Kowalski lo llaman «el polaco» de una forma despectiva.
D.P.: El tema de la inmigración en Europa es un tema candente. Aquí también, porque nosotros vamos allí y nos reciben a veces bien y otras mal. Acá porque hay una ola inmigratoria desde principios de siglo. Y después por la inmigración de países latinoamericanos que creen ver en la Argentina un país con posibilidades mayores. Creo que aquí sí hay problemas de blanqueo laboral, que es discriminatorio, pero en lo cotidiano es una sociedad bastante receptiva y tolerante.
P: ¿Cómo va a ser su próxima película, «Un amor para toda la vida»?
D. P: Es una historia simple. Está dirigida por Paula Hernández y protagonizada por Elena Roger, Luis Ziembrowski y yo. Se trata de un vínculo muy fuerte que se estableció en un pueblo del interior entre tres adolescentes. Los dos hombres, muy enamorados de esa mujer que se lleva el mundo por delante, con una personalidad muy fuerte. Crean una relación de mucha amistad y amor que, por algún motivo, se rompe cuando ella se va del pueblo abruptamente sin avisar, huyendo en la época de la dictadura. Todo ese fuego sagrado queda vivo, sin que nadie lo alimente, y ella vuelve después de 35 años y se encuentra con los dos. Es una película muy emotiva, me encantó filmarla.
P: ¿Tiene ganas de volver al «detrás de escena», luego de su función como productor y autor en «Los Simuladores»?
D. P: No, ganas no. En teatro, si hubiera algo para dirigir, pero tiene que ser una obra muy chiquita, muy íntima. Y en televisión, aquello de «Los Simuladores» lo hicimos, al principio, con ganas de tener un proyecto propio pero fue tan grande y tan bueno que tuvimos que arrastrar todos del carro. Eso me colocó en el lugar de autor y productor, pero no es algo natural.
P: ¿Cómo ve la oferta cultural en Buenos Aires?
D. P: Todo el mundo dice que Buenos Aires es una plaza teatral de las más numerosas en cantidad, en calidad. Quizás tendría que haber, entre los autores, un salto como el de directores del teatro independiente al comercial. Generalmente las grandes salas comerciales eligen obras extranjeras como manera de tener un marketing mayor y culturalmente eso habría que cambiarlo, como era en otras épocas.
Martes 31 de Mayo de 2011 - 00:46 hs