Un gol, una asistencia a su amigo Luis Suárez y otra a Iniesta , una manera de empezar a despedir a uno de sus mejores socios futbolísticos, que se llevará su sabiduría y sensibilidad a China a partir del segundo semestre. Y la generosidad de cederle un penal a Coutinho, el brasileño que tomará el relevo cuando Iniesta sea recuerdo y nostalgia. Lionel Messi resolvió positivamente todo lo que se le suele dar muy bien. La Copa del Rey , la que obtuvo por sexta vez en ocho finales. Sevilla, el rival al que más goles le marcó: con este último llegó a los 31 en 33 encuentros. Las finales a único partido con la camiseta azulgrana también lo tienen como un amplio vencedor: levantó el trofeo en 15 de las 18 definiciones.
La caza de récords del rosarino siempre tiene alguna nueva pieza para incorporar. Al convertir en cinco finales del torneo monárquico (2009, 2012 y 2015 ante el Athletic Bilbao; 2017 contra Alavés, y 2018 frente a Sevilla) alcanzó la plusmarca que tenía Telmo Zarra, un competidor al que hace largo tiempo dejó atrás como el máximo goleador de la Liga de España.
Las penas por las derrotas duras empiezan a curarse con los triunfos que dan títulos. Esta Copa del Rey no compensa el fracaso de la Champions League en Roma, pero sí sirve para dar síntomas de que Messi y Barcelona están vivos, que tienen capacidad de reacción y que ya elaboraron el duelo. Esta Copa del Rey es un auspicioso prólogo para la Liga de España que puede conquistar el próximo fin de semana. Y si no será a la siguiente semana, es solo cuestión de ponerle fecha a una campaña (12 de puntos de ventaja cuando restan 15 en disputa) que el Atlético de Madrid no llegará a comprometer.