A primera escucha, poco tiene que ver la manera pausada y relajada de hablar de Bobby McFerrin con su agenda. Desde Dinamarca, el hombre que silbando su Don’t Worry, Be Happy , allá por 1988, visitó la fama en un viaje de ida y vuelta saludablemente breve, admite que sólo a veces le queda tiempo para conocer algo de los lugares que visita.
Su foja de servicios lo justifica. Porque aquel viejo hit es apenas una especie de recreo en una trayectoria que incluye colaboraciones con músicos de jazz como Chick Corea y Herbie Hancock, la dirección de varias orquestas – la Filarmónica de Nueva York y la Sinfónica de Chicago- y varios proyectos corales. Proyectos registrados en una veintena de álbumes.
En línea con su dinámica, confiesa que no tiene idea de si los días que permanecerá en Buenos Aires -adonde llegará por primera vez esta semana-, le permitirán darse una vuelta por una ciudad de la que “desafortunadamente” nada sabe. En todo caso, da a entender que conocer más o menos los sitios a los que va a cantar poco modifica su modo de enfrentar al público, y la reacción que provoca desde el escenario. “Generalmente, la audiencia reacciona positivamente. Me gusta compartir con la gente la experiencia de cantar y, definitivamente, la paso muy bien cada vez que salgo al escenario”, dice McFerrin por teléfono, quien en su debut porteño presentará su proyecto solista, que lo muestra en escena sin más instrumentos que su voz – no es poca cosa- y su cuerpo, en una experiencia en la que el único plan es el “no plan”.
Aun así, ¿tener un acercamiento a la música local, puede cambiar en algo su manera de comunicarse con la gente? Es igual. Algunas veces, cuando tengo la posibilidad de escuchar algo de las músicas locales, trato de incorporar algo de ese sonido. Pero, independientemente de que me guste incorporar nuevos lenguajes musicales, de diferentes culturas, lo que hace que me resulte fácil internarme en el carácter de esas músicas, eso no es un requisito para la improvisación. No necesito ningún tipo de información cultural específica para improvisar. Sólo se trata de subir al escenario, y dejar que salga de mi boca lo primero que sale de mí. Estar solo en escena me da libertad para hacer lo que quiera. No tengo plan alguno que seguir.
Improvisar supone un riesgo que tendría como peor resultado la falta de conexión con el público. ¿Le ha sucedido alguna vez? No. Eso jamás me pasó. Algunas veces sucede que al publico le toma un poco más de tiempo entender lo que yo quiero, y que los estoy invitando a participar. Pero finalmente la conexión sucede. Además, nunca estoy solo. El público está ahí, y también Dios está conmigo, el público está conmigo.
¿Diría que tuvo alguna importancia el canto religioso en su aprendizaje musical? Estuve en un coro de iglesia cuando era niño. Ahora, como no hay plan, a veces canto alguna de esas canciones. Pero para mí, cantar es, en sí mismo, una experiencia religiosa. Y mi intención es que el público la comparta.
Usted suele decir que para improvisar no es necesario tener conocimientos de la teoría musical. ¿Es realmente así? Sí. Creo en eso. Lo único que hay que hacer es dejar que fluyan las emociones. Una vez que eso empieza a funcionar, puede durar dos o tres minutos, diez, veinte o una hora y media. Obviamente, si tenés herramientas teóricas, las vas a incorporar. Pero no es lo esencial. El elemento fundamental es el coraje para empezar, y dejar que la cosa avance.
Suena fácil.
Es fácil. La gente común lo hace, sin tener conciencia de eso. Cuando va caminando por la calle, yendo con los chicos al colegio, escuchando la radio. En cambio, nosotros, los artistas, los que somos músicos profesionales, quienes se supone que tenemos el conocimiento, solemos invertir parte de nuestro tiempo yendo en busca de los grandes maestros. Y muchas veces, los grandes maestros están entre la gente común, en la música popular.
Domingo 31 de Julio de 2011 - 14:36 hs
Bobby McFerrin: Solamente un cuerpo y una voz
Fuente: Clarín