Fútbol - Por César Carignano

Miércoles 03 de Agosto de 2016 - 07:12 hs

Martínez, el embajador de nuestro fútbol

Actualizado: Miércoles 03 de Agosto de 2016 - 07:14 hs

La camiseta de la Selección Argentina de fútbol despierta decenas de sentimientos en los que la miramos desde fuera del césped, pero también en los que se la calzan una, diez o cien veces. Y aunque a veces le cueste entusiasmarnos, es capaz de elevarnos al mejor momento imaginable, aun en un contexto adverso, nefasto; o puede entristecer, sin más, un instante sublime.

Selección es ilusión, expectativa, no circunstancia. La exigencia, la atención, el valor para todo aquel que se reconozca futbolero no desaparece. Quizá merme por los bochornos constantes que emanan de la Casa Madre del balompié argento, o por los títulos que merodeamos pero no conseguimos ni siquiera ya en juveniles, o tal vez porque el rival y el entorno no ameriten demasiada euforia, pero el solo hecho de imaginarnos incapaces de vencer a un adversario menor nos invita a implorar por un triunfo. Y ahí estamos de nuevo… al pie del cañón pendientes de nuestros colores.

Si nos ocurre eso a nosotros, simples espectadores, imaginémonos a los bendecidos con la chance de usar esa casaca. Nadie, o muy pocos, pueden arrogarse la certeza de vestirla incondicionalmente por tiempo indeterminado. La mayoría, como todos en la diaria propia, depende del rendimiento, de la demostración de aptitudes. En consecuencia el orgullo y la adrenalina no parten del oponente, sino que surgen de sentir el escudo y los bastones celestes y blancos en el pecho.

Vestir esa divisa es incomparable, porque patria hay una sola. Y allí, donde Santa Fe como provincia ha estado muy bien representada siempre, hoy hay uno de los nuestros. Pero de los nuestros de verdad, de los de acá. De los criados y crecidos en esta región. De los que respiraron Liga Santafesina desde el parto. De esos que dieron cada paso con sudor y sonrisas, de este y de aquél lado del puente carretero.

Santo Tomé queda muy cerca. Como también quedan cerca los recuerdos de Caramelo transpirando la camiseta de su querido Independiente santotomesino. Y quedan cerca los recuerdos de su llegada al Tate, donde se formó y desarrolló en un puesto diferente al que le nace de las entrañas, ese puesto con el que se reencontró hace un tiempo y con el cual se elevó por encima de sus propias posibilidades para cautivar a todos.

Igual de cerca queda, en la consciencia colectiva, esa frustrada transferencia a otro Independiente, el colosal rojo de Avellaneda, que con hidalguía asimiló para redoblar la apuesta, volver a superarse, demostrar madurez y liderar espiritualmente a este Unión que terminó arribando a buen puerto, tras deambular en incertidumbres un tiempo. Asimismo, queda en todos los que osamos analizar esto tan subjetivo y opinable que se llama fútbol, la evolución de aquel que fue central en su debut y que hoy desde el círculo central se desprende para husmear las cercanías del arco de enfrente, mostrando naipes que pocos insinuaban, podía traerse entre manos.

Hacía mucho que un futbolista de por acá, formado y consolidado en equipos de acá, no llegaba a una competencia oficial con el seleccionado argentino de fútbol. Por ello elegí detenerme en esta situación y no dejarla pasar. Nuestra ciudad, nuestra región, tendrá varios representantes en los Juegos Olímpicos de Río, como ocurre seguido por suerte. Orgullosos estamos de ellos. Pero en el deporte rey de este país, no es habitual observarlo…

Mauricio Martínez no regresará de Brasil a Santa Fe, sus virtudes no solo lo llevaron a las Olimpíadas, sino también a uno de los mejores equipos del perturbado fútbol nacional: Rosario Central. Pero eso es secundario hoy. Lo sustancial es que Mauricio con la blanquiceleste no será solamente Independiente… será también Santo Tomé; y no será solo Unión… será además Santa Fe. Será también nuestra Liga y, sobre todo, el embajador de nuestro fútbol.

Fuente: LT10