La Copa del Mundo es sin dudas el evento futbolístico por excelencia. Pero lo que acabamos de vivir estas últimas semanas es el escalón inmediatamente inferior en cuanto a espectáculos futboleros por países, con dos claras salvedades: permite la participación de mayor cantidad de selecciones y los rivales son del propio continente.
En consecuencia, es una buena alternativa para observar diferencias, similitudes y tendencias más allá de que la mayoría de los jugadores de nuestro continente se desempeñen fuera de América. Porque, aun ocurriendo esto, los equipos nacionales son microclimas muy familiarizados con los hábitos, las tradiciones y la mentalidad de la patria que representan.
Con ambos trofeos ya entregados el análisis puede ser más preciso que en la previa cuando las expectativas, las ilusiones y las realidades domésticas de cada intérprete en su club permitían disparar mil conjeturas.
Ahora bien... En una competición se impuso un candidato y en la otra un tapado, con estilos bastante diferentes desde la intención. Mientras Chile hace del protagonismo y de la tenencia el eje de su juego, Portugal prescinde del balón y ataca espacios luego de cerrar todas las vías de acceso a su arco, en las cercanías del área propia. Pero no son las diferencias sino las similitudes las que los emparenta: ambos arrancaron su camino con tibieza, en rendimiento y resultados; ambos clasificaron con justeza; ambos fueron encontrando regularidad y funcionamiento con el correr de los partidos; y ambos, más allá de lo expuesto, ganaron por detalles y no por superioridad en sus finales.
Detalles… palabra clave en la era actual de este deporte. Algunos responden a pura precisión, otros a errores, pero la mayoría se burlan del estudio, de la táctica y de la previsibilidad. Detalles que se asocian a la desfachatez, a la capacidad individual de romper el molde, de crear. Crear creyendo pero también sintiéndolo en el alma. De allí nacen, a mi entender, las circunstancias que han hecho más atractiva y vistosa la competencia americana por sobre la europea.
La concentración, el orden y la disciplina son valores claves en el fútbol de hoy. Son herramientas que acercan realidades distantes, que acortan diferencias de nivel. Porque en definitiva -y al final de cuentas- se trata de meter la pelota en un espacio que se torna muy pequeño en la medida que, una decena de jugadores lo protegen como idea principal. Y si bien exige estar la mayor parte del tiempo rondando las proximidades de la portería propia disminuye mucho las opciones de éxito del oponente.
Ante esto, los recursos se reducen a las pelotas paradas, a la capacidad de generar e imponerse en un dos contra uno y a la impronta de los distintos… a su aptitud para desamarrar sistemas casi blindados con gambetas, caños, asistencias ilegibles o remates impensados. Me refiero a los que ejecutan lo que nadie espera.
Y aquí está, sin intentar caer en generalidades, la diferencia entre los continentes más poderosos en esta disciplina.
Por estos lares, la concentración mengua por momentos. Como en la vida misma. La disciplina no es constante. Y eso se traduce en el campo en pequeñas desatenciones que los rebeldes, los que no piensan tanto, o los que piensan a otra velocidad aprovechan para romper estructuras. Basta un rápido repaso para encontrar virtuosos de esta especie en cada plantel sudamericano. O en la mayoría al menos. De allí emana la idea de pensar en el arco de enfrente tanto como en el propio. De allí florecen los goles y los partidos abiertos.
Allá, cruzando el charco, el orden digita deportes y vida. El talento existe, pero lo controlan. La belleza que hace la diferencia se encuentra en jugadas colectivas, en la precisión veloz, pero rara vez en los intentos individuales. Y en estas condiciones, con recuperadores más aplicados y talentosos no tan espontáneos, el equilibrio se encuentra más fácil. Las diferencias se reducen sustancialmente y los resultados se cierran. Y gana el practicismo eficiente. Y se apagan las ilusiones de ver otra cosa… las apaga ver partir a España en primera ronda, y las apaga ver que a Alemania no le alcance con instalarse en campo rival con arquero y todo, apostando al juego y no a la especulación.
Los planteos y los dibujos tácticos difieren poco. O muy poco. Quizá el combinado de Joachim Löw haya aportado lo más novedoso jugando prácticamente con cuatro delanteros los noventa minutos, y definiendo lugares a ocupar y no jugadores estáticos en posiciones preestablecidas.
Pero en el único lugar en que se igualan -por momentos- ambos mundos futboleros es en el pizarrón. No más allá de ello. Y mientras que en nuestros genes se busquen sonrisas en la cancha, mientras una finta genere más adrenalina que una recuperación, mientras el arco de enfrente sea el objetivo principal, de este lado del atlántico encontraremos más espectáculo, más entretenimiento y más goles.