Hoy - Diego cumple 55 años

Viernes 30 de Octubre de 2015 - 13:32 hs

Maradona, un pedazo grande del fútbol argentino

El fútbol, lo sabemos todos, es mucho más que un deporte en nuestro país. En un sentido estricto, el fútbol es un universo que condensa y sublima las necesidades, condiciones y sueños de buena parte de nuestra población. En un sentido, si se quiere poético, es una religión, un fenómeno de adoración y embelesamiento global.

Hoy celebra 55 años ese apocalíptico hombre austral, que vino a salvar al fútbol de las fauces del aburrimiento. Que le dio sentido a nuestra pasión más popular. La historia del fútbol mundial le va a guardar por siempre un sitio privilegiado a un tipo que tuvo tanto amor por el fútbol como por el triunfo.

Llegó a 55 el “Pelusa”. Aquel que solía levitar sobre la grama. El que en un simple partido de fútbol encontraba siempre primero la clave de la bóveda. El timonel de la nave en México 86, el que siempre se mantuvo firme en el castillo de proa cuando arreciaba la tempestad en Italia 90. El que se cargó una pesada cruz cuando los "tifosis" osaron insultar nuestro himno. El jugador al que apelamos para salvar el “pellejo” de varios en la reválida del Mundial 94. Ese que lloró con pureza infantil y el gesto demolido luego del doping positivo en EEUU. Aquel que se cayó y se levantó porque en eso consiste el fútbol y su vida. De la misma manera que acertó y se equivocó tantas veces… pero quién es capaz de levantar el dedo índice acusador sin mirarse primero uno mismo.

El hombre que le dio sentido a la pelota. El que ha sido artífice de la ejecución más contundente e inapelable de la historia con los colores celeste y blanco. El que sostuvo la marca “Argentina” por años en todo el mundo. Aquel abanderado en la década dorada. El del nombre propio por encima del éxito colectivo

Diego Armando Maradona. Ese que los argentinos amamos odiar y odiamos amar. El que nos regaló una de esas sensaciones que ocurren muy de vez en cuando, en ocasiones especiales y momentos puntuales, y que por eso se transforman en memorables, en leyenda. El del inigualable y perpetuo gol a los ingleses. El de la copa en alto fuera de casa para la más genuina explosión del alma. Cuando sedimenta un estremecimiento como el que provocó aquel Mundial, aquella consagración en el “Azteca”, nada ni nadie podrá opacar su bello arte, nunca jamás. Ni él mismo, construyendo ese escandaloso personaje mediático podrá atenuar tanto brillo con los pantalones cortos y la camiseta número “10” tatuada entre pulmón y pulmón. “Diegol”, como la bautizó Victor Hugo después de la jugada de todos los tiempos. El que celebraba cada conquista en la Selección como si el fútbol hubiera nacido ayer y fuera a morir mañana.

El Diego de la multitudinaria, fervorosa y emotiva despedida que le tributó un agradecido pueblo futbolero en la Bombonera. Fue el día que asumió con hidalguía y vergüenza sus tropelías, pero dejando en claro que “la pelota no se mancha”, para liberar el camino a los Messi, Agüero y cia, quienes siguieron su huella en el verde cesped.

No hay una herramienta absoluta para medir el talento, pero Maradona fue sinónimo de belleza con la número cinco en los pies. Cabeza arriba, visión de 180 grados, un guante en el botín zurdo, la gambeta precisa, la pegada prodigiosa. Caño, rabona, taco y sobrero. Su criterio, además incluía colocación, recepción, pase, perfil y panorama. Diego se nos metió por la piel y por los ojos. Nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos jamás, aquellos hombres sensibles apasionados por el balompié lo sabremos siempre, aunque reneguemos de sus ataques de poder, sus vacilaciones y su desmesurada verborragia. Diego generó en una cancha lo que pocos. Admiración, asombro, éxtasis, pertenencia, jactancia y emoción. Agotó las palabras, pero al mismo tiempo dio cada vez más motivos para escribir sobre sus hazañas.

Las verdades absolutas suelen ser traicioneras y más en un mundo tan relativo como el del fútbol, pero el “10” fue el héroe de la redonda. Todos lo amaron y todos lo cuidaron, pero no podía fallar, no tenía derecho a equivocarse, porque fue de los pocos que tuvo acceso a la gloria. Llegó a la cima, toco el cielo con su pasmoso botín zurdo, y al final de la historia, su caída pues fue una inevitable desdicha. Entiendo que sus barreras de censura deberían operar para que su incontinencia oral quede de lado y la templanza gane el otro partido. Pero dejaría al mismo tiempo de ser Maradona, aunque sigo confiando que en la medida en que cambie un poco, escuche y consulte, la felicidad a futuro puede ser todavía más grande para él y para la gente que lo quiere y respeta… porque si bien, por su temperamento vehemente y sus actos privados cuestionables y rechazables, la pelota pueda seguir inmaculada, sus arrebatos públicos demuestran que la tranquilidad y la educación, definitivamente sí se manchan y salpican a su familia.

Este humilde admirador del mejor FUTBOLISTA que vi en una cancha, prefiere solo disfrutar del inigualable muchacho prodigio de la pelota y parafraseando a una cita "borgiana", aceptar que ante el mejor jugador del planeta "huelgan las palabras".