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Esteban Cadoche es abogado, docente e investigador de la Universidad Nacional del Litoral y en el 2002 produjo el documental Relatos de familia. El trabajo compila testimonios de víctimas de violencia conyugal, maltrato infantil y violencia y abuso sexual infantil y adolescente, con análisis de psicólogos y abogados de los por qué de esas situaciones. En esas imágenes deja ver los agujeros negros en el sistema burocrático de prevención. Por ejemplo, una mujer militante contra la violencia doméstica, también víctima, relata que cuando va a la comisaría a hacer la denuncia se pone contenta porque la atiende una mujer, pero la mujer policía no está de su lado: “¿Considerás que es delito que tu marido te haya pegado?”, le preguntó. “En ese momento, sos dos veces basura”, suelta entre lágrimas. De manera simple y estructurada cada tema tiene como cortina secuencias de películas donde ocurren casos de violencia de género. Entre los fragmentos, alternan testimonios y análisis.

La primera escena es del film Durmiendo con el enemigo. El hombre llega de un viaje. La mujer lo recibe y él rápidamente presume que ella lo engañó, entonces la golpea hasta que llora y cae al piso. El le dice que hace eso “porque la quiere”. La realidad no está para nada alejada de esa ficción. “Es una situación que seguro habrá comenzado con un empujón, una cachetada o tirón de pelos. Va creciendo si no hay intervención”, dice la psicóloga Ana María Chiavarini, al momento del análisis.

Los casos de abuso sexual son delitos de instancia privada, por lo que no hay posibilidad de que especialistas investiguen de oficio. Por eso, lo “ideal” sería brindar mayor capacitación a docentes y personal de hospitales “para que detecten esas situaciones y las denuncien”. Según indican los especialistas en el documental, padres o madres suelen convertirse en cómplices de esa situación. Para esos casos, Cadoche llamó a “romper con las barreras del silencio” para “derribar el mito de que lo que pasa dentro de las cuatro paredes es privado, porque se están violando derechos humanos y el Estado tiene la obligación de ponerle freno”.

Además, apuntó que al contrario de lo que indica el sentido común –fogoneado en gran medida por los medios– “el lugar más peligroso” para mujeres y niños no es la calle, sino la casa.

Ese argumento, dijo, sirve para hacerle frente al discurso de “mano dura”: la violencia familiar “es uno de los huevos de la serpiente”. Es que “el sujeto que estuvo viviendo en un ámbito donde los conflictos se resuelven a través de la fuerza, incorpora esos códigos para desplegarlos afuera de la casa”.