Hoy - Cuento

Martes 16 de Septiembre de 2014 - 03:57 hs

"Simplemente Gracias", por Gustavo Mazzi

Actualizado: Lunes 07 de Marzo de 2016 - 15:59 hs

“Por dónde empiezo” se preguntó por enésima vez el convaleciente indeciso.
¿Hacía un sondeo de opinión entre los más cercano…? No se atrevía a ser directo, claro, concreto. Una posibilidad era achicar el espectro hasta los más íntimos… pero seguía sin pronunciar lo que quería.
“Tengo ganas de, no sé cómo decirlo... ”. No hay caso no puede.
“Que te pasa no te entiendo”, se enoja su esposa. Ya para entonces desesperado se aleja. Entre raro, alterado y hasta disgustado decide tomar distancia de lo que más quiere y de quienes lo sostienen a cada paso. Su familia.
“Son los medicamentos y la falta de sueño” dice ella susurrando buscando la contención de su mamá que está siempre agazapada cuidando que la situación no se torne nunca dramática para los bajitos de la casa.
La tormenta ya pasó, pero uno nunca sabe si algún tifón tropical vuelve a sacudir la paz que creen haber hallado. Él sigue inquieto dando vueltas sin encontrar las formas, las palabras que lo acerquen a lo que desde hace un tiempo le corroe todo el cuerpo.
En su escritorio, lejos del ruido que de por sí provocan tres niños, parece decidido a poner fin a esta maldita incertidumbre que lo sofoca.
“Les escribo una carta”, es al menos la forma de arrancar. “Pero, no tengo ningún dato de estas personas. Si solo conozco sus nombres y hasta en diminutivo”.
Otra vez en punto muerto. Aunque sé que de muerte no quiere oir habla ni en metáforas.
“Mejor voy a la computadora y lo subo al facebook. Hoy es la forma más directa de comunicación”.
Está decidido, aunque no cuenta con datos de ellos. La estrategia será simple y tímida.
“No importa que no se enteren nunca que yo pagué lo que les debo, lo importante es saciar este conflicto intrínseco que no me deja en paz”.
El muchacho no pretende amplificar el mensaje ni mucho menos, pero así es más fácil plasmarlo, “enviar” y no dar explicaciones. En definitiva es eso lo que no quiere. Contar por qué, para qué… porque todavía el tampoco lo entiende.
“Es tan raro, que mientras avanzo con ritmo zigzagueante en la misiva, ya paré dos veces de escribir y otras tantas me convencí de que no voy a publicar este relato menguado, inocuo. Ma sí me largo y que me importa”.
Esta vez sí es el punto de partida, aunque está claro que todo lo que vendrá le importa. “Que difícil o que vueltero soy. Más bien eso, que vueltero”, se queja de él mismo.
Se lanza a la aventura. Un tema de Ismael Serrano suena de fondo y lo invita a dar un paseo por aquel pretérito imperfecto.
“El 18 de octubre de 2013 un sacudón inesperado movilizó mis días para siempre. Los míos y los de mi familia, no tengo dudas. Desde aquel día hasta este momento, sigo sintiendo la carga de una deuda interna que no supe nunca como saldar”.
Ya nada parece detenerlo. Ni el llamado de su compañera para saber si está bien. El tipo está lanzado a las letras que van a darle forma a sus pensamientos.
Sigue. “Es cierto que ‘están para eso’, dirán algunos. Otros más fríos insistirán en que ‘la obra social se encarga de todo’. ‘Son mercenarios, comerciantes, insensibles’, y probablemente los haya, como en toda profesión. Pero yo que estoy acá pudiendo escribir y sigo caminando, después de lo poco que recuerdo y lo mucho que me contaron, debo ser fiel a mis principios. Será que como dice la canción, ‘ahora que parece que para siempre no dura tanto y que todo en la vida de repente es un rato’ siento la obligación moral, humana de hablar de la huella que dejaron en mi vida. Tengo un afecto profundo, sincero por ellos y el entrañable deseo de decirles ‘gracias’ desde mi mayor anonimato, y todavía puedo”.
Está más tranquilo y devora cada segundo con esas ideas vagas que tenía en lo más profundo de su ser.
“Antonio Machado decía que hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora”, recuerda y replica: “ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas... porque ayer no lo hice y porque tal vez mañana es tarde”.
Eso quería hasta el día de hoy. Cumplir una promesa que nunca hizo, seguramente por cobijar algún temor en su interior. Suena tan dislocado como se lo vio en todos estos días. Por eso no lo pudo decir… por eso solo pudo escribir.
"Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: el despertar y cuando definitivamente desperté de esta pesadilla, sentí que algo faltaba. Agradecer desde lo más profundo de mi corazón, que late por ellos, todo lo que hicieron”. Ya sabe cómo y qué va a expresar.
“Saben una cosa, no hablo de los médicos que con tanto nivel me trataron y me siguen tratando, como el Dr Abud. Tampoco del queridísimo Gastón Procopio que desde su gran capacidad y la garantía de representar a una Fundación tan prestigiosa como la Favaloro, tuvo la delicadeza de no solo atenderme en Santa Fe, sino llegarse hasta mi casa a verme, después de una gran gestión de mi querido Tano Piccinino, que se portó como suelen hacerlo los grande amigos y él siempre lo fue. Pero yo necesito enaltecer la tarea de muchos más. De los que tienen menos ‘prensa’, los que no me dejaron solo un segundo en la frialdad de una sala de cuidados intensivos donde las visitas conviven una hora con el in-paciente, y el resto de los segundos uno se juega la vida –literalmente- entre máquinas, cables, estudios, análisis, informes, completamente solo. Los miedos y los dolores nos llevan a pensar que ya nada será como antes y que la vida debe estar en otra parte. Será que ‘también en el infierno llueve sobre mojado’, y yo lo sé, porque he pasado más de una noche, allí”.
Está relajado, aliviado. Más bien aplacado y con ganas de que sus índices le sigan dando forma a su relato improvisado.
Lo perturba caer en viejos lugares comunes, por eso en más de una oportunidad duda en cómo darle candor al relato.
“Siento que mi viejo me llevó hasta ahí. Él lo hizo en otras situaciones tan dolorosas pero menos desesperantes. Él que ya no está, desde algún lugar que seguro debe ser cerca del ‘Barba’, guió mis pasos para que en esa embestida contrarreloj, llegara a tiempo al lugar indicado. Y una vez ahí, para alivio de esos vulgares miedosos como yo, aparecen en escena ellos. Son los que me conectaron con el futuro que uno cree que caducó, cuando te advierten que ‘estás infartando’. En ese momento justo en el que arranca la pulseada con ese maldito impostor que viene a arrebatarte de un tirón todos los sueños, entra en escena el regimiento de bondadosos servidores que están preparados para maquillar el mañana de optimismo y darte las fuerzas necesarias cuando comienza la rendición”.
Está tan concentrado que ya nada hace mella en sus oídos. Ni los niños que reclaman su presencia a los gritos, ni la perra que busca cargosa su compañía entre sus zapatos. A todo esto, su esposa lo observa temerosa a lo lejos sin distracción alguna, detectando como una lágrima cruel recorre su mejilla, pero sabiendo que no debe intervenir en este momento de profunda concentración y emoción.
“Ese ejercito de espíritus solidarios y almas caritativas que me sostuvo en esta lucha despiadada contra un infarto cruel, está compuesto por las enfermeras, secretarias, camilleros, residentes, mucamas de un lugar que aprendí a querer como nunca imaginé. Amables, queribles, agradables, afectuosos. Yo creo que ahí están los mejores. Con sus miserias a cuesta como cualquier hijo de vecino. Es un plantel de GENTE, con mayúsculas y con todas las letras”.
El siente que fueron su familia en los peores veinte días de su vida y que cuando comenzó a recoger los frutos de aquellos ingentes esfuerzos por restablecer el equilibrio, ellos ya no están.
“Se van y te dejan. Porque la misión terminó. Y se van a renovar y a reforzar otros corazones. A jugar otra pulseada con la muerte que pavorosa siempre anda al acecho en esos lugares, pero perdiendo más de la cuenta contra la capacidad y jerarquía de estos expertos en el arte de curar”.
El ritmo vertiginoso de sus dedos se detiene. Cree haber cumplido con su cometido. Repasa lo escrito y le resulta poco. El siente que le debe poco menos que la vida como para claudicar en estos pocos párrafos.
“Las vueltas de la vida y mi salud debilitada por el ‘terremoto’, hicieron que vuelva a encontrarlos un par de veces más. Y cada vez que partía de ese lugar, con la satisfacción de la batalla ganada, por la astucia con que ellos libran cada combate, lo hice en el más profundo silencio… ese que escondía demasiadas palabras y laceraba el futuro. Tal vez porque siempre pensé que mañana volvería a ser parte de un nuevo combate”.
Por eso se fue mostrando apenas una mueca de felicidad por el ‘alta’ pero con ganas de, lógicamente, no volver a verlos… al menos en ese ‘campo de batallas constante’.
“Todavía recuerdo aquel… ‘No te queremos ver más”, que sonaba como una sinfonía a modo de despedida. Claro que al poco tiempo, la misma broma cambiaba de escenario, pero nunca el tono: ‘Otra vez vos acá… que castigo’, era esta vez la bienvenida, para que mi ingreso asustado sea apenas un poco más placentero”.
Toma agua y enciende la radio. Su fiel compañera tiene sonido de motores. Mariela Pallero y Brian Capovilla cuentan detalles de la gran fiesta por venir. El escucha con atención y se ilumina. Fue y vino varias veces al SSJ, hasta que definitivamente saló a pista con el motor funcionando mejor, sin necesidad de retornar a boxes.
“Es cierto que uno nunca sabe, y mucho menos después de semejante piñón, cómo sigue la ‘competencia’… pero hace ya varios meses que la máquina no denuncia fallas”. Ya no acelera como antes ni responde a los estímulos de un Fórmula Uno como alguna vez estúpidamente creyó.
“La cruda lección me enseñó que después de los cuarenta lo importante no es llegar primero sino que me alcanza con saber llegar”.
Mientras esta carrera de avanzar y evolucionar sigue, él detiene sus pensamientos cada vez que puede y aparca en aquella luminosa sala con aspecto de inmaculado taller de corazones. En el silencio de sus nuevos días, con menos ruido, tiene tiempo para instalarse imaginariamente otra vez en ese lugar, pero este ejercicio virtual es mucho más placentero que el que vivió in situ.
“Nada de aquello me pesa ni me perturba en el recuerdo. Muy por el contrario. El desasosiego pasó, el dolor se fue y el miedo se hundió ahí mismo”.
El proyecta el final pero se siente lúcido para darle un giro más a esta historia que ya no lo conmueve, más bien lo emociona.
“Hoy estoy francamente agradecido a los que arreglaron mi corazón que yo mismo me encargué de descomponer. Lo que siento es que injustamente he abandonado algunos rostros, miradas y palabras que me hicieron tanto bien”.
Sintió que había relegado hasta hoy su inmensa gratitud para con todos ellos, que dejaron a este anónimo sonriendo y con ilusiones.
Su ánimo definitivamente es otro. Sonriente, feliz, satisfecho llama a su esposa. “¿Decíme el nombre de todos?” expresa conmovido hasta las lágrimas.
“¿De todos qué? ¿Qué te pasa?”, responde ella sin saber lo que le estaba pasando.
“Por favor necesito saber quiénes son todos los que me asistieron cada vez que fui al Spa del Sanatorio”, dice jocoso para descomprimir la situación.
Ella más tranquila y entendiendo de qué se trataba recuerda de memoria: “Romina, Silvina, Faby, Dani, Lauri, Sol, Mónica, Indiana, Adriana, el mismo Ricardo. Son tantos”.
A ellos les debía estas líneas. A los que abordaron este reto con profesionalismo, calidad y calidez. “Ellos insistieron en que aprendiera el principio esbozado por Einstein: ‘No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a las personas, porque la crisis trae progresos’.
Ellos son en esta etapa de su adultez sus héroes anónimos. Dicen los psicólogos que una fascinación con superhéroes puede beneficiar a un niño de muchas formas, incluida impulsar su autoestima y hacerlo sentir más poderoso.
“Gracias a estos valientes laburantes rescaté a mi niño interior tapado de responsabilidades, horarios, exigencias y absurdas ambiciones. Como Dédalo a Ícaro, me advirtieron esta vez que si vuelvo a volar cerca del sol, la cera se derretirá y las alas que me quedan terminarán de desintegrarse. Ícaro cayó al mar sin escuchar el consejo de su padre, queriendo seguir su propio camino. Se atrevió a volar hasta donde otros no se atrevían y se acercó al cielo, pero también mucho al sol”.
Ahora advertido de los riesgos, sigue volando… ya sin necesidad de querer hacerlo tan alto. Colaboraron para que se diera esta nueva oportunidad de seguir forjando su propio destino.
“Ismael Serrano canta en su balance… ‘aún siento el vértigo helado al echar la vista atrás’. Todavía me emocionan estas luchas inquebrantables de gente común que sirven para salvarte la vida. Todavía y a Dios gracias todavía”.
Por ellos renovó las utopías, sigue aferrado al calor de su familia y cobijado por la amistad de los amigos que siempre estuvieron.
“Quiero que sepan que, aunque arrastro mis fracasos, si necesitan contar conmigo, aún guardo fuerza en mis manos. No me canso, no me rindo, no me doy por vencido. Les doy simplemente las gracias, porque por el esforzado trabajo de humildes altruistas y generosos personajes como uds, todavía hay mucha gente que como yo está viva”… ‘Todavía y a Dios gracias todavía’.