LT10 - Columna de opinión

Jueves 10 de Julio de 2014 - 03:19 hs

"Qué me van a hablar de amor" Por Gustavo Mazzi

 En nuestras vidas de hinchas hay momentos que perduran con el paso del tiempo. No estoy pensando en ese momento tenebroso de un partido perdido y que todavía nos duele en todo el cuerpo. Tampoco en el momento del gol que más gritaste en tu vida. Estoy recordando aquel instante clave, el momento único por excelencia, el día crucial de nuestra vida como hinchas, cuando un simple partido de fútbol nos emocionó, nos unió en casa, en familia, en el barrio, en toda la ciudad, en mi patria grande. Esos momentos están guardados en nuestros corazones y lo recordaremos para siempre. Porque lo disfrutamos con nuestros padres y hermanos. Con los amigos de la infancia, los pibes de la adolescencia, los compañeros de la escuela, embanderados y emocionados en un mismo festejo. Esos serán siempre nuestros cálidos “tiempos eternos”. Como el de este miércoles 9 de julio, cuando después de 24 años vencimos a Holanda y llegamos a la final. Gracias al fútbol el país olvidó la “maldita grieta” y adhirió a un mismo motivo de celebración. Sólo, pura y exclusivamente, el fútbol lo puede provocar, y qué mejor que sea justamente el día de la “Independencia”.

Argentina jugó dignamente y sin rendirse nunca frente a la siempre difícil “naranja mecánica”. Fue un partido táctico, estratégico, de “ajedrez”, en un torneo raquítico conceptualmente y de evanescente jerarquía, pero que ofrece cuotas exageradas de éxtasis y dramatismo. El equipo argentino escaló el “morro”, llegó hasta lo más alto, por el empuje de Mascherano, las manos de Romero y el esfuerzo del resto.

Alcanzar la final es también un premio al sentido grupal, a la solidaridad para ejecutar el plan aún cuando Messi no pudo hacer pie en un partido asfixiante. Hoy también sobró valentía y un poco de suerte en la tómbola de los penales. Este grupo de muchachos cambió la historia del fútbol argentino después de 24 años de fracasos y abrió un nuevo camino, una nueva esperanza, esas que escasean cada vez más por estos días. A diferencia de los últimos mundiales apenas edulcorados, sin pretensiones de recuerdo, éste sí se ganará un rincón en la memoria. No hay ningún concepto parecido a la justicia que pueda explicar por qué Argentina llegó esta tarde a esta instancia en Brasil 2014. Se terminó una prolongada procesión de pies arrastrados e ilusiones golpeadas, de santos que no escucharon las plegarias y de rostros resignados.

El próximo domingo en Río, se sentará a discutir con los alemanes quién se queda con toda la gloria, mientras los locales muerden el polvo y se rompen el cráneo deliberando a quién alentar: si a los teutones que denigraron al Scratch como nunca antes en una cancha de fútbol, o a los eternos rivales, algo que asoma como una misión imposible en estas cuestiones folklóricas que cobija la número 5. Si el 1-7 fue una pesadilla para los brasileños; que Messi y Cia estén en el último partido de “su” torneo, es una maldición. Lo del “Maracanazo” en el 50 es una comedia comparado con semejante “película de terror”. La bandera celeste y blanca flamea con orgullo, alta y radiante en el vecino país, mientras la verdeamarela se archivó hasta Rusia 2018.

Varios objetivos ya se lograron. Estamos en la final, con Brasil eliminado y tenemos otro mano a mano con los germanos. Argentina cuenta con futbolistas con sed de revancha. Por lo de Italia 90 y por Sudáfrica 2010. Hay hombres con temperamento que se rehusarán a ser meros espectadores del partido más importante de la Copa y van por más. El dramaturgo austríaco Arthur Schnitzler sostuvo que "estar preparados es importante, saber esperar lo es aún más, pero aprovechar el momento adecuado es la clave de la vida". Y estos futbolistas se prepararon, ganaron y están en la final. Es hora de volver a codearnos con el éxito, atesorando los más puros valores del deporte: talento, esfuerzo, altruismo y compromiso. El abanderado de ese compromiso es Mascherano. Un todo terreno que vive en estado de alerta. Calculando, pensando y sospechando, como una madre en la plaza que no se permite distracciones. Es siempre una solución para el equipo. Mascherano es el “ministro” de defensa. Cómo no resaltar las bondades de un auténtico estratega de pantalones cortos que se cargó el equipo al hombro y no se guardó una gota de sudor. El especialista en geometría, mide distancias, traza líneas, calcula cuánto puede demorar en llegar a un determinado punto y se ubica en el lugar justo. Mientras sus compañeros atacan, él prepara la logística para defender. Le sobra intuición, además de despliegue, capacidad y oficio. Arenga a todos, incluso al mejor del mundo. Él potencia las virtudes de sus compañeros. Esta vez fue Masche y diez más.

El deporte más popular demostró una vez más que un manojo de personas puede unirse en pos de un objetivo, aceptar roles, cooperar y servir de ejemplo para sociedades más numerosas. Entre tanto canibalismo resultadista, “un país hecho pelota” salió a celebrar el triunfo ante Holanda sin esperar lo que ocurra el próximo domingo. Algunas conductas merecen distinguirse en estos tiempos, por lo que decido terminar en este preciso instante este comentario, para no perderme los festejos de mis bajitos “cara pintadas”, que esperan con algarabía salir a la calle a disfrutar de algo que desconocían hasta hoy. Es la auténtica fiesta del fútbol con los colores de una misma pasión. Con un mismo sentimiento. Emocionante. “Vamos, vamos Argentina y… qué me van a hablar de amor!!!