LT10 - Por Gustavo Mazzi

Sábado 24 de Mayo de 2014 - 04:30 hs

"DEJAME QUE TE CUENTE"

 No se acaba el amor con una partida, en una despedida. “Hay que tener presente que el estar ausente no anula el recuerdo, ni compra el olvido”. Cuatro años ya pasaron y aunque ahora somos felices de otra manera, todos los días tienen ese instante, en que me jugaría la vida entera por tenerte delante. Incluso en estos tiempos de volver a reír cuando podemos, todos los días tienen ese rato en el que respirar es un ingrato deber para conmigo. A los cuarenta y tantos me pregunto a veces si no es injusto revolcarnos en el dolor ante tu evocación. Si este ejercicio demoledor de cada 18 de mayo, algún día será un poco menos doloroso. Aunque creo que el 18 de mayo es la coartada perfecta del calendario para que ebulla la furia que nos invade por tu injusta ausencia, desde hace ya cuatro interminables años.

Sabés viejo que desde hace un tiempo se calló mi voz, pero no mis ideas. Vos y yo sabemos muy bien lo que ocurrió en el octubre traidor del 2013, y es por eso que aquí algunas cosas cambiaron. Como cambió esta forma de expresión que ahora tiene formato de cuento con palabras tan austeras como sentidas. No me busques en el programa de Guillermo Tepper, ni en las transmisiones de fútbol, porque no estoy y hay gente que lo hace mucho mejor. Quedate tranquilo viejo que Fabián está tan bien custodiado como siempre, y hasta mejor que antes. Ya viste, Leo sigue trabajando en Rosario pero invierte en tu “patria chica” y eso te debe poner feliz.

Ahora que ando en esta nueva y difícil faceta, quiero contarle a un grupo de amigos quién fue Danilo, o el Tilo, o Don Mazzi, como te llamaban con tanto cariño lo chicos de la colectividad del altiplano en Monte Vera. A muchos de estos amigos los conocés porque fuiste tan amigo de ellos como yo mismo, o más. También los hay nuevos. Los del face (otro día te explico de que se trata porque ni yo entiendo mucho de estos menesteres todavía) O los de la página de LT10, donde optaron por publicar cada arrebato de lo que me pasa por estos días. Sé que no te gustaba mucho esto de la exposición, pero necesito oxigenar el orgullo que tengo por mi papá y volver a jactarme de todo lo que vivimos y compartimos juntos. Sabes qué pasa “Gordo”, ya llevo 1460 días sin verte

“Mi papá”. Siempre fue así para nosotros. El del discurso tan breve como lapidario. El que jamás impuso una penitencia para hacernos entender las cosas. Será que el “trabajo sucio” lo hacía Nilda y vos ejercías el poder de mando sólo con la mirada de “lince” siempre penetrante. No necesitabas gestos ni palabras para expresar lo que pensabas.

Noble como tantos otros padres, pero este con un poco más de prensa por culpa de tener dos hijos periodistas. Nos diste seguridad hasta el último instante de tu vida. Fuiste el protector de siempre, hasta en la mismísima muerte. Nos enseñaste cuál era el camino a recorrer, pero que cada uno decidiera su propio destino. Te esforzaste a más no poder para que no cometiéramos tus errores, aunque te pagamos con otros más dolorosos, seguramente. Pero estuviste siempre. Dispuesto a sudar sangre por el bienestar de tu familia, porque entendías y nos hiciste entender, que uno jamás puede ser feliz si un hijo no lo es. Y renunciaste a nuevos emprendimientos y relegaste deseos, por ese amor siempre exuberante, inclaudicable y tan sincero por los tuyos.

Nos mostraste como se reparte el “pan” en partes iguales entre tus tres hijos, aún cuando te quedabas sin comer. “¿Cómo puedo disfrutar de una casa si un hijo no tiene dónde vivir con su familia?” dijiste alguna vez entre emocionado y orgulloso, cuando decidiste vender la tuya para respaldar nuestros proyectos.

Estás todos los días acompañando nuestros pasos. Seguro estás ahí con tu indómita personalidad maldiciendo a los que ponen palos en la rueda, o renegando de nuestros errores. Sabes que creo, que en este “partido perverso” que se convirtió vivir en estos tiempos, vos te fuiste injustamente antes de tiempo. El “barba” te sacó tarjeta roja tal vez por cabrón o protestón, y deja en cancha todavía a tanto “sucio”, mal intencionado, agresivo, que ni amarilla le sacaron. Pero no lo culpo. El no tiene una “cámara lenta para cada jugada”, y en parte, tu partida fue prematura porque habías sido advertido un par de veces antes, de determinados riesgos a los que te exponías. Aún así, optaste por seguir desafiando al destino. Igual sé que tenes boleto preferencial para acompañar desde tu lugar “el partido”, y aplaudís y te amargas por cada una de nuestras jugadas.

Hace casi 4 años, la habitación “G” del sanatorio San Jerónimo se convirtió involuntariamente en testigo de un verdadero “calvario”. Ahí quedaron horas de agonía y sufrimiento. En esa habitación me despedí de vos para siempre. O hasta el 5 de marzo pasado, cuando esas paredes se reciclaron para nuestra posteridad. Porque aquella muerte hoy es vida y el más absoluto dolor se transformó en felicidad. Estoy seguro que vos colaboraste desde donde estás, para que recibamos a Milagros en el mismo lugar donde aquella vez nos dijimos adiós. Hasta creo que tuviste la delicadeza que sea la habitación “G” por mi nombre, aunque yo creo que fue un homenaje divino en tu honor por lo “G”rande y “G”eneroso que fuiste siempre.

Tu recuerdo inunda mi memoria y estas lágrimas adornan mi cara desencaja de melancolía, porque recordarte me hace feliz Viejo amigo y eterno compañero. Custodio fiel de mi niñez, y adolescencia, le brindaste calidez a mi existencia. No te fuiste vacío, te llevaste la gloria de un familia siempre unida y hasta una parte de nuestras vidas, y aunque nos dejaste el corazón partido, tus consejos han valido para desafiar lo que vendrá. Y aunque ahora me lamente por tu ausencia, mi alma está tranquila, porque ya llegará el momento de volver a verte.

No me quiero despedir hoy sin antes hablarte de la vieja. A nadie nos asombra que nos diga, lo mucho que te ama todavía. Ella todos los días “se toma un café con tu ausencia” e imagina el reencuentro, similar a aquella llegada en moto a la casa de la nona con tus jóvenes 16 años. Sí, incluso en estos tiempos en los que aprendió a vivir de otra manera, todos los días tiene esas crueles e inmerecidas recaídas porque jamás podrá ni osará olvidarte. Y aunque el poeta diga que el tiempo cura todo, cuatro años… cuatro años son demasiado poco.

Danilo Antonio Ernesto Mazzi se llamó. Fue un tipo hecho y derecho. Laburante, honesto, amigo, padre, esposo, compañero… que no necesitó trascender más allá de su entorno para llegar bien lejos y ser el mejor. Mi papá!!!