Ambos hicieron méritos sobrados para llegar a esta final, desde hace tiempo. Por un lado el proyecto más exitoso en décadas, por resultados, por estética y por vigencia. Por el otro, un grupo que se ha sostenido exitosamente por más de un año en un medio, como nuestro fútbol, donde el tiempo parece correr más rápido por la impaciencia que habita en nuestros argentos genes.
La propuesta de Barcelona se conocía de antemano. Libreto único de larga data: tenencia, sociedades para jugar y recuperar, dominio territorial y protagonismo constante. La incógnita estaba del otro lado. River se propuso disputar espacio y pelota. Y lo consiguió de arranque. El primer cuarto de hora ejerció una ordenada presión alta y cerró el circuito de fútbol interior, anulando el eje Busquets - Rakitic – Iniesta a través del excelente trabajo táctico de sus puntas. Despreocupados por el volante central azulgrana, los medios defensivos riverplatense controlaron a los internos españoles.
Impedido Barcelona de jugar como más le gusta comenzó a saltar el asedio rival con pelotas largas a sus delanteros, generando el retroceso "Millonario" y comenzando a tejer su fútbol en terreno ajeno, venciendo en los mano a mano. River no pudo lastimar, ni inquietar a Bravo en esos minutos de paridad, cuando más cerca jugó del arco rival. Mucho desgaste para no conseguir ventaja alguna. Imposible sostener esa intensidad demasiado tiempo. Y cuando el equipo argentino se replegó para recuperar oxígeno, Busquets encontró espacio y comenzó a dirigir la orquesta blaugrana. Messi descendió a espaldas de Kranevitter y sus compañeros se desplegaron como acostumbran hacerlo: a pocos metros entre sí, ocupando todo el frente de ataque y dejando a los centrales rivales sin referencia fija.
Barovero le negó el grito a Lio, luego a Dani Alves pero no pudo sostener el cero cuando el Barcelona se instaló definitivamente en territorio ajeno, monopolizando la pelota. La hidalguía argentina tuvo nuevos buenos momentos, para que el mediocampo azulgrana no se adueñe de todo, como finalmente hizo. Sabio Gallardo con su estrategia, pero en un equipo con tanta jerarquía individual es complejo cerrar todas las puertas. Messi recibió de Neymar por izquierda, ubicó a Alves en el otro vértice del área, el brasileño cruzó el balón para su connacional y este descargó para "Su Majestad", que controló y definió con tal naturalidad y velocidad, que nadie se percató del involuntario roce en su brazo. Y el partido cambió. Lo tuvo, luego, dos veces Suarez, contra un par de remates lejanos de Mora y el voluntarioso Alario.
Gallardo intentó reasumir el protagonismo en el arranque del complemento, pero los cambios disminuyeron el orden de la presión ofensiva y Busquets, ahora si, y para siempre, se adueñó del partido. Con espacio hizo mejores a todos, y le sirvió el segundo gol a Suarez. Messi comenzó a volantear, Suarez se movió hacia el lateral y los centrales riverplatenses quedaron sin la referencia de un centrodelantero tipo. Otra obra de arte del tridente sudamericano le dio la posibilidad al uruguayo de cabecear al gol, llegando desde afuera, sorprendiendo a una defensa desconcertada por la movilidad ofensiva de Lio y compañía que en pocos minutos generó un puñado de claras ocasiones. De allí al final el mejor equipo del planeta se dedicó a tener la redonda con eficiencia y belleza. River sostuvo su dignidad y estuvo cerca del descuento por la cabeza de Alario y un gran remate de Martínez que Bravo, a la altura de sus compañeros, desvió asombrosamente al palo.
Barcelona nuevamente campeón. Dichosos ellos y nosotros, por coincidir en este diminuto punto de la historia, y poder observarlos.