A partir de este miércoles, Australia se convierte en el primer país en bloquear legalmente el acceso a redes sociales para menores de 16 años, una decisión que obliga a las plataformas a eliminar cuentas existentes y evitar nuevas aperturas. La norma, considerada histórica, desplaza la responsabilidad hacia las empresas tecnológicas y ya genera repercusión internacional.
Una ley pionera que pone el foco en las plataformas
La normativa, aprobada en noviembre de 2024, exige que las compañías digitales cuenten con sistemas efectivos de verificación de edad para impedir que menores accedan a sus servicios. En caso de incumplimiento, las plataformas podrán enfrentar multas de hasta 49,5 millones de dólares australianos, un monto que obliga a reforzar los mecanismos de control y supervisión.
La iniciativa surge en respuesta a una preocupación internacional creciente: el impacto del uso excesivo y desregulado de redes sociales en la salud mental y emocional de niños y adolescentes. Los estudios citados en el debate legislativo mostraron efectos significativos en la autoestima, el estado de ánimo y el bienestar general, especialmente en la franja entre los 14 y los 16 años.
Un cambio de paradigma regulatorio
Uno de los puntos más destacados de la norma es que invierte la carga de la prueba. Por primera vez, no son los usuarios quienes deben demostrar su edad, sino las empresas las responsables de garantizar que no haya menores dentro de sus plataformas. Esto supone un giro en la forma en que los Estados regulan la relación entre tecnología y menores de edad.
El enfoque se basa en el reconocimiento de que los adolescentes no siempre pueden regular su propio consumo digital y que las dinámicas de recompensa, competencia y exposición propias de las redes sociales los vuelven especialmente vulnerables.
Por qué se fijó el límite en los 16 años
La elección del umbral etario se fundamenta en investigaciones que evidencian mayor impacto emocional y psicológico en usuarios de entre 14 y 16 años. En esa etapa, se observan con mayor frecuencia problemas de autoestima, miedos, fluctuaciones anímicas e incluso señales tempranas asociadas a cuadros depresivos. También aparece el fenómeno de anhedonia, la pérdida de interés en actividades cotidianas fuera del entorno digital.
Aunque la ley redefine el rol de las empresas, las instituciones educativas y los hogares siguen cumpliendo un papel central. En ámbitos escolares se detectaron casos de estudiantes que empleaban entre cinco y seis horas diarias en redes sociales, lo que motivó la implementación de estrategias de regulación, mayor actividad física y prácticas que favorezcan la desconexión.
Los defensores de la ley sostienen que, al igual que ocurre con la regulación de alimentos o productos nocivos, el Estado debe intervenir cuando existen riesgos claros para la salud. Si bien se reconoce que habrá intentos de evadir las restricciones, la normativa busca brindar herramientas concretas para las familias que desean proteger a sus hijos en un entorno digital cada vez más invasivo.