Hay días que no envejecen. Se estiran, se repiten, vuelven cada diciembre como si alguien rebobinara la historia. Para el pueblo sabalero, el 7 de diciembre de 2014 es uno de esos momentos que parecen suspendidos en el tiempo: una jornada que empezó tensa, se volvió interminable y terminó liberando un grito que todavía resuena en Santa Fe.
Colón necesitaba ganar para volver a Primera, pero aquel duelo ante Boca Unidos fue cualquier cosa menos sencillo. Bajo la conducción de Reinaldo Merlo, un equipo sin grandes nombres pero con una causa clara llegó a la última fecha sabiendo que no había margen para la duda. Sin embargo, el gol que destrababa todo se hizo desear más de lo tolerable.
Recién a los 35 minutos del segundo tiempo apareció el quiebre: Cristian Pavón fabricó la jugada, Germán Delfino marcó penal y Lucas Alario tomó la pelota como si el reloj no apretara. Gol. Desahogo. El inicio del desenlace.
Con el cielo derramándose sobre el estadio y un clima cinematográfico que parecía escrito a propósito, David Ramírez firmó un doblete que transformó el suspenso en certeza. De pronto, lo que había sido angustia se volvió fiesta. Colón ganaba 3-0 y aseguraba el primer lugar de la Zona A en la B Nacional. El ascenso era un hecho.
Ese equipo no quedará en la memoria por el brillo individual, sino por la capacidad de resistir. Mostaza había tomado el mando cerca del final y enfocó todo en lo emocional; antes, Diego Osella había dejado encaminado gran parte del recorrido. Entre ambos sostuvieron un plantel que fue mutando, que tuvo altibajos, pero que llegó entero al tramo decisivo.
El regreso a Primera no borraba el golpe del descenso previo —aquel año turbulento donde Colón perdió más puntos en escritorios que dentro de la cancha—, pero sí marcaba el comienzo de otra etapa. Una revancha necesaria, un cierre simbólico, una puerta que volvía a abrirse.