Giorgio Cantarini conmovió al mundo entero en 1997 cuando, con apenas cinco años, dio vida a Giosuè Orefice en La vida es bella, el clásico de Roberto Benigni que marcó a generaciones. Hoy, a los 32 años, el actor italiano continúa vinculado al mundo artístico y comparte en redes sociales su presente profesional, muy distinto a la tierna imagen que lo llevó a la fama.
Tras su inolvidable debut, Cantarini participó en proyectos de gran proyección internacional. Formó parte de Gladiador (2000), De amor y de guerra (2001), Lamborghini: The Man Behind the Legend (2022) y Comandante (2023), filme que incluso llegó al Festival de Cine de Venecia. Su carrera, sin embargo, no se limita a la actuación.
En 2012 dirigió el cortometraje Il giorno, la notte: poi l’alba (“El día, la noche: luego el amanecer”) y en 2018 fue coautor del guion de Flatmates, una producción centrada en la convivencia entre compañeros de piso. Ese recorrido confirma su apuesta por un perfil creativo más amplio, combinando actuación, dirección y escritura.
En lo personal, la familia ficticia que lo acompañó en La vida es bella sigue siendo un punto emotivo de referencia. En la película, sus padres eran interpretados por Roberto Benigni y Nicoletta Braschi, una pareja unida también fuera de cámara: están casados desde 1991. En el Festival de Venecia de 2021, Benigni le dedicó a Braschi un conmovedor agradecimiento al recibir un reconocimiento, destacando que compartir su vida con ella “le dio alas para volar”.
Convertida en un clásico, La vida es bella cosechó el Gran Premio del Jurado en Cannes, nueve premios David di Donatello y múltiples nominaciones al Oscar, sellando su lugar en la historia del cine.
Hoy, Giorgio Cantarini continúa construyendo una carrera sólida y multifacética. Lejos de quedar encasillado como “el niño de la película”, logró transformar aquella temprana fama en un camino artístico que sigue creciendo, siempre desde un estilo personal y sofisticado.