Mientras muchos equipos se aferraron a su localía para sostener el pulso del Clausura, Unión eligió un camino menos habitual: crecer lejos de casa. Cada salida se transformó en una oportunidad y, partido tras partido, el Tate forjó una identidad que lo llevó a cerrar el torneo como uno de los visitantes más consistentes.
La estadística es contundente: 15 puntos en nueve jornadas fuera de Santa Fe, una cifra que solo fue superada por Rosario Central (16). Pero el dato esconde algo más profundo: la madurez futbolística de un equipo que supo expresarse con mayor libertad cuando jugaba en terreno ajeno.
En esos nueve compromisos, Unión sumó cuatro victorias, firmó tres empates y apenas cayó en dos ocasiones. En el camino, convirtió 13 goles y recibió solo 8, consolidando un rendimiento que tuvo equilibrio, valentía y una lectura muy clara de lo que pedía cada escenario.
Lo llamativo es que el Tate, durante buena parte del Clausura, mostró una doble personalidad: solidez y contundencia cuando salía a la ruta, dudas y sequía cuando actuaba en el 15 de Abril. Recién sobre el final logró destrabar ese nudo como local; para entonces, ya se había ganado el respeto en todas las canchas que visitó.
Dejó atrás en el podio a Boca, que terminó con 14 puntos. Un detalle que confirma que el Rojiblanco no solo compitió, sino que se codeó con los que mandan.

El Clausura mostró a un Unión que fuera de su casa se sintió protagonista, cómodo para presionar, preciso para lastimar y sólido para aguantar. Un equipo que entendió que la geografía podía ser aliada y que los kilómetros, lejos de desgastar, podían potenciar.