El santafesino Carlos “Lancha” Delfino puso fin a su carrera profesional en el básquet, dejando atrás una trayectoria que marcó un antes y un después para el deporte argentino. Su nombre quedó grabado no solo por su paso por la NBA y los clubes europeos, sino también por su rol protagónico en uno de los momentos más emblemáticos del básquet nacional: los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
Aquel 26 de julio de 2004, el diario La Nación sorprendía con un título que resonó fuerte: “Básquetbol: Victoriano y Palladino no irán a los Juegos”. La decisión de excluir a Daniel Victoriano y Gabriel Palladino, miembros del subcampeonato mundial de Indianápolis 2002, abrió la puerta a nuevos nombres que terminarían siendo decisivos en el camino hacia la medalla dorada. Entre ellos estaba Carlos Delfino, quien recibió la noticia de manera inesperada.
“Después del último partido, algunos cenaban y otros se iban. Walter y yo teníamos todo listo para volver a casa porque no estaba en los planes… de repente suena el teléfono, era Rubén (Magnano), que me pide que vaya a su habitación. Me dice: ‘Vas a quedar. Esto va a ser un golpe para el grupo porque las personas que no van a quedar son parte del núcleo. Pero se lo ganaron. Nos van a hacer muy bien. Son parte del rompecabezas’. Quedé congelado. Cuando salgo, me encuentro con Walter y los dos estábamos sorprendidos, enloquecidos”, recordó Delfino sobre aquel momento que cambió su carrera.
Tanto Delfino como Walter Herrmann se convirtieron en piezas clave del equipo que conquistó la gloria en Atenas. El santafesino dejó una huella imborrable, especialmente en el triunfo ante Grecia en los cuartos de final, una de las victorias más recordadas en la histórica campaña que culminó con la medalla de oro para Argentina.
Con su retiro, Delfino cierra un ciclo brillante y deja un legado de profesionalismo, garra y talento que inspirará a futuras generaciones del básquet argentino.