Murió Walter. Y los futboleros, los que nacimos pateando un bolo, sentimos ese dolor solo comparable con esa pelota aplastada por un auto, porque en el desborde por la raya la tiramos a la calle... Porque Walter era eso, barrio, potrero, jugar hasta el llamado a la cena de la vieja...
Murió Walter, ese animador de circo, donde todo es alegría: payasos, equiibristas y hasta un mago transformando una paloma en papelitos...
Murió Walter y el canchero con la caída del sol va sacando las redes porque ya no habrá goles por cantar, ni sonarán en la Spica de mi abuelo.
Murió Walter y en la mesa de café, Boca, River, Colón, Unión, San Martín, ni Atlético tendrán ese gusto a clásico que tenían en su voz.
Murió Walter, extrovertido cuando la luz roja se prendía. Introvertido, rebelde, solitario y bohemio en su día a día.
Murió Walter y esa pelota de baldío quedó huérfana de gol y la de tardes en la Bombonera, en el Monumental, en el Maracaná o donde sea ya no tendrán su voz.