Increíbles sensaciones me dejó esta semana vivida en Santa Fe. El reencuentro con los músicos de la Orquesta Sinfónica de la provincia, organismo que integré hace años y donde conservo muchísimos amigos, que a su vez, conozco desde mi primera infancia; el haber conocido a las nuevas generaciones de colegas que siguen apareciendo una y otra vez, año tras año, haciendo de este conjunto musical uno de los mejores que se puedan escuchar en estas latitudes; el reencuentro con mi familia, desde mis viejos y mis hermanos hasta la tía que nunca veo porque vive un poco lejos y que con su rostro arrugadito y su sonrisa sencilla apareció por el teatro. Y la ciudad.
El día del concierto casi no repasé las notas, ni toqué siquiera el violín. Me fui a comer a casa de mis viejos y luego me acerqué caminando al hotel para concentrarme. En el camino, pisé nuevamente las baldosas de mi barrio, lentamente, para degustarlas. Y caminé por el Parque Sur, y vi el lago, me asomé a la barranca y recordé cuando niños, la cruzábamos siguiendo el famoso "caminito de la muerte", tan angosto era, y tan fácil caerse al agua. Y vi que las cosas cambian, pero hay un algo de permanencia que flota en el aire y que uno puede reconocer y respirar. Y apareció el viejo convento de San Francisco, y la plaza de Mayo con sus edificios tan antiguos. Y caminé por las calles, y a diferencia de otros tiempos, nadie me reconocía, lo cual me hizo saber que ha pasado ya mucha ausencia, aunque yo los reconocía a todos. A cada uno de los caminantes los reconocía y los sentía mis amigos y mi familia. Y la mirada se humedecía de una rara plenitud.
Lo de la noche no fue un concierto. Fue una tormenta, un sacudón, una ráfaga que me pasó por encima y por dentro, como cien rayos convergentes. Mis compañeros del quinteto no fueron espectadores de esa marea. Subidos al mismo barco, compartieron conmigo los avatares de una oleada de emoción, locura, y misterio. La sala llena del Teatro Municipal, fue un mar que nos llevó a quien sabe qué orillas lejanas, para deslumbrarnos y traernos nuevamente al mundo, distintos y renovados.
¿Qué más pedir? Si cuando tenía trece o catorce años y caminaba esas calles, ya quería ser compositor, porque percibía en mi interior un murmullo profundo y distante, todavía sin forma, que tardaría años en sonar claramente. Y me preguntaba cómo sería componer para una orquesta y hacer tangible lo imaginado. Y pedía a Dios el milagro de enseñarme la magia, como un niño que quiere saber el truco sin romper el hechizo.
Todo eso se hizo realidad en la noche del domingo 24, cuando la orquesta tocó la Sinfonía de los Niños, y luego con nosotros, el Concierto para Quinteto y Orquesta Sinfónica. Un concierto completo que fue como proyectar mis propios sueños en una pantalla gigante y ante toda mi propia gente. Gracias a todos los que formaron parte de ese viaje.
Hoy - Deleitó a los santafesinos
Martes 26 de Mayo de 2015 - 13:16 hs
Ramiro Gallo cumplió uno de sus sueños musicales
El compositor y violinista reflexionó por redes sociales sobre el concierto que brindó su quinteto junto a la Orquesta Sinfónica de la provincia de Santa Fe, en la noche de gala del 24 de mayo, en el Teatro Municipal.
Fuente: Facebook de Ramiro Gallo