Hace un año mi vida cambió de manera abrupta para siempre. Todo aquello tan perfectamente organizado y dirigido naufragó. Las imposiciones, compromisos, obligaciones y las ambiciones de un mundo que nos somete cada día más a sus exigencias superficiales, tensó la cuerda, bloqueó una arteria y desencadenó tener que enfrentar una realidad que nunca imaginé vivir. Ni en la peor de mis pesadillas sentí como muchas de las anheladas metas se esfumaban para no regresar más. Una de las más importantes conclusiones extraídas de esta experiencia, es que no existe mejora sin responsabilidad, que toda consecuencia sucede a una acción y que en nuestra mano está elegir qué acciones son las correctas, las deseables y las que armonizan con el resto.
De todos mis recuerdos dolorosos, de toda la memoria que a veces me acuchilla a traición, está esa lucha desenfrenada contra el reloj aquel 18 de octubre mal habido. Ese andar alocado sabiendo que estoy escapando escurridizo de un infarto, entre la gente y los autos que transitan en la tarde de un caluroso viernes, ajenos a mi escalofriante realidad. Hoy aquel recuerdo me duele en todo el cuerpo. Consciente y casi vencido había ingresado de urgencia en una brutal cuenta regresiva.
Deseo parar el tiempo y este maldito relato me sumerge en una dolorosa historia que siempre me lastima. Pero no puedo evitar mirar hacia atrás hoy. Es un ejercicio tan siniestro como inevitable. Vuelven las culpas y acecha el recuerdo imborrable de cada segundo de aquellos días eternos, donde el maldito tiempo y el perverso sueño fueron mis duros rivales a vencer. Les aclaro que con ninguno de los dos hasta ahora me pude reconciliar. Con el corazón lastimado llorando lágrimas bermellón, jugué una pulseada con la devastadora y cruel realidad. Vencí al reloj y aguanté estoico cada combate contra el sueño, ese tirano que me amenazaba con no despertar más si me dormía.
El “Barba” me dio por ganada la pelea apenas por puntos en fallo dividido. Ya está. Hoy anuncio oficialmente que no habrá revancha, porque llego la hora de colgar los guantes. Quedaron mis nudillos irritados y mi cara lastimada de pegar y recibir en un combate desigual, entre este discreto profesional de los medios y las perversas exigencias rutinarias. Hay cosas que se pierden para siempre aún en la victoria. Existe en el coraje de saberlo y en la astucia de contarlo, una belleza helada y alarmante, pero belleza al fin.
Les confieso que desde hace un año no pasó un solo día de mi vida sin dejar de recordar aquello. Llegó la hora de cambiar. El rumbo, la mirada, las acciones. Sin caprichos espurios. Sin histerias trasnochadas. Con la escueta dignidad del que conoce sus errores. Exhibiendo, tal vez, la luminosa lindeza que también tienen los impensados y dolorosos fracasos. Y seguiré siempre a salvo de todas las caricias del éxito que pocas veces se codeó conmigo. Empiezo a pensar que no siempre perder es peor que ganar. Que es en las derrotas donde quedan marcas. Que sólo tocando el suelo con la mejilla uno puede entender que caer y poder levantarse, tiene tanto o más valor que ganar.
No hay ni habrá nunca medicina alguna que cure lo que no sana la felicidad. Hoy siento que estoy mejor que hace un año, incluso antes del infarto. Distante del dolor, cercano a los afectos y al tipo que se perdió en las sombras de las responsabilidades.
Gracias a Dios. Por concederme el don de una nueva oportunidad. Por escuchar mis súplicas desesperadas para estirar los plazos de mi partida, cuando ya alguien estaba llenando el formulario con el número de pasaporte.
De "corazón" también les doy las gracias, a esos que no se escondieron y dieron su cara, su nombre, su aliento en las malas, en los peores momentos, manteniendo un comportamiento respetuoso, prudente, mesurado y discreto. Es esa gente que no pretende destacar ni jactarse de sus actos legítimos o compasivos, porque se trata de gente desinteresada, gente generosa, callada y solidaria. Gente MARAVILLOSA que le dio fuerza a mi corazón!!!
Un año ya pasó. Una vida. “Se fueron los aplausos y algunos recuerdos y el eco de la gloria duerme en mi placard. Yo seguiré adelante atravesando miedos, sabe Dios que nunca es tarde para volver a empezar"
Domingo 19 de Octubre de 2014 - 01:21 hs