LT10 - Columna de opinión

Viernes 10 de Octubre de 2014 - 00:35 hs

"La alegría está en la lucha, no en la victoria”, por G.Mazzi

Actualizado: Viernes 11 de Marzo de 2016 - 13:17 hs

  Con el tiempo fuimos corriendo los límites de lo imposible, de la propia resistencia, del sacrificio y el aguante. A veces el cuerpo es de una elocuencia ensordecedora. Entiendo que la exagerada, y hasta egoísta pasión por lo que tanto nos gusta, puede sesgar nuestros días y hasta llegar a herirnos literalmente el corazón. El poder esclavizador que esos dos impostores que son el éxito y el fracaso tienen sobre nosotros, se multiplica por la extendida creencia de que uno es un triunfador o un perdedor, como si el triunfo y la derrota fueran destinos únicos, irreversibles, absolutos y finales. La adicción por la perfección nos fue empujando obsesivamente a llevar de manera inconcebible todo al extremo. El éxito y el fracaso forman la columna vertebral de nuestras ligeras vidas. O mejor debería decir, los éxitos y los fracasos siempre múltiples, a menudo simultáneos, constituyen un agitado rosario de emociones acerbas. De entre todas las inmundas ideas de éxito y fracaso que imperan en estos tiempos modernos, con la lógica adhesión de los medios y las esencias del poder, la peor es la que afecta a la formación educativa, dónde siempre estará la raíz de todo conflicto.

Que al final también los estudios, la formación, la capacitación vayan a ser valorados en función de los baremos deportivos, donde unos saltan el listón y otros no, donde se ganan medallas o se logran plusmarcas en función de la medición de resultados, ejemplifica el grado de estupidez con que el ser humano es capaz de condicionar su vida y la de los demás.

Les aseguro que tener que defender algo tan evidente resulta algo extraño. Hoy han triunfado, y por goleada, los enemigos de la inteligencia, gracias a su enorme pasión por el dinero, verdadera piedra filosofal de nuestros días. En esta profesión, como en tantas otras, también es más listo y hasta mejor visto el proficiente. Creo que no vivimos el mejor de los tiempos, por la pérdida del sentido formativo frente al lucro. El dinero, el poder, la victoria, la popularidad o todas las posibilidades de reconocimiento que presenta la vida no son la justa medida de las cosas como tantos avaros impiadosos nos pretenden hacer creer. Es hora de avanzar hacia otras alternativas cruciales más relevantes, como bien y mal, heroísmo y mediocridad, salvación y condenación, laboriosidad y pereza, entrega y egoísmo.

Con el correr de los años nos acostumbrarnos a llamar fracaso a lo que antes llamábamos éxito y, en consecuencia, a considerar un éxito a la mediocridad homicida que tanto atrae a algunos improvisados líderes. Quizá así muchos están más tranquilos en su rincón, en la soledad bendecida por un entorno complacido, regido por la lógica del nuevo camino al supuesto éxito inmediato, jamás garantizado, y mucho menos si recae tanta responsabilidad en manos inexpertas. Y tratarán de perpetuarse en el poder con sus volátiles convicciones, apelando siempre a una frase célebre de Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”. Una buena lección de discreción y del verdadero sentido de la ubicuidad no vendría mal en algunos casos, en tiempos de tanta impudicia.

Hoy sobrevivimos a la tiránica y falsa dicotomía del éxito y el fracaso. Tratamos de salir indemnes por la vía del siempre necesario silencio, y comprendiendo por fin que se viven muchas vidas en cada vida, convencidos de que el más allá reparará el más acá. En este mundo de las prisas y los placeres inmediatos, es todo un desafío citarse con uno mismo y apretar el freno a tiempo en la veloz carrera por llegar… sin saber bien a dónde llegar, pero al menos convencido de que esta vez tenemos más claro a dónde no deseamos ir más. Corresponde por ende recordar esas palabras proféticas de Sócrates, poco antes de encaminarse a la muerte, cuando decía que nuestra mayor liberación consiste no en amordazar a los hombres, sino en hacer de nosotros mismos el mejor hombre posible. Ojalá esta verdad esencial no fuera tan difícil de aprender, porque así evitaría algún otro Infarto Agudo de Miocardio (IAM).

Mientras tanto, muchos seguiremos siendo abanderados de nuestras nobles y anónimas causas cotidianas, con algunos éxitos y demasiados fracasos según el antojo del atento ojo crítico del impiadoso otro. Nunca habrá culpables asumidos más que uno mismo. Sí en todo caso víctimas… padres, hijos, hermanos. Esos que siempre están para demostrarnos que el amor, el afecto y el verdadero aprecio cotizan mucho más que el éxito o el fracaso circunstancial.

Ya no quiero ser sólo un sobreviviente. Yo también quisiera elegir el día para mi muerte. Tengo cierta memoria que me lastima, por eso le pido al efímero triunfo y la cruel derrota, que no cuenten conmigo todavía. Cuánta razón tenía Gandhi cuando decía que "la alegría está en la lucha, en el esfuerzo que supone la lucha, y no en la victoria misma". ¿Qué, cómo estoy hoy? En la alegría de mi propia lucha!