LT10 - Columna de opinión

Miércoles 06 de Agosto de 2014 - 00:39 hs

Seamos solidarios, salvemos al "10", por Gustavo Mazzi

 
La organización ecologista World Wildlife Fund (WWF) publicó recientemente una lista con las “especies” que están en mayor peligro de extinción. El elefante asiático (Elephas maximus), el popular tigre y hasta los rinocerontes, están en serio riesgo en distintas partes del planeta. Por estas latitudes leemos noticias sobre la reducción en el número de miembros de la comunidad del tatú carreta o el yaguareté, pero pocos se detienen a contar las vicisitudes de la fauna futbolística. Hace algún tiempo presenciamos impávidos la metamorfosis absurda de los wines. Ahora, lo extraño y al mismo tiempo alarmante, es que la WWF no hace mención alguna sobre el doloroso ocaso del “enganche”, popularmente conocido como el "10" del equipo, a quien también lo están llevando irremediablemente a su morada final.

Aquel “7” o aquel “11” que establecía una comunión tan especial con la raya de mitad de cancha hacia adelante, hoy aumentó el recorrido por falta de audacia. De ser el perfecto asistente del afamado ariete, hoy se transformó en el menesteroso “carrilero” que hace un surco por los costados del campo yendo y viniendo, la mayoría de las veces sin saber para qué. Un atleta devenido en futbolista con doble prestación: subir y bajar a la misma velocidad, porque los fundamentalistas del “Fútbol pragmático” se empeñan en darle vértigo a sus equipos sin pensar en la pelota. Se “trabaja” en el aspecto físico hasta la exageración para preparar “corredores de fútbol”, que muchas veces de manera esquizofrénica buscan alcanzar el objetivo evitando que se exprese el contrario.

La velocidad impuso cambios y al mismo tiempo afeó el espectáculo. La presión sobre la pelota es infernal y el lujo brilla por su ausencia. Se brinda poco espacio para pensar y solo importa ganar. Los nuevos tiempos impusieron normas, derribaron algunos mitos y, evidentemente devoraron la calidad. Nos hemos acostumbrado a un fútbol precario, lleno de "inteligentes" que trabajan los partidos.

Seguramente muchos de ustedes iban a una cancha, picado, potrero y buscaban de entrada quienes tenían la camiseta número “10” para detectar inmediatamente el que mejor jugaba en cada formación. Es que no importaba que no marcara porque su misión era jugar y hacer jugar. Muchas veces “comilón”, egoísta, “pachorriento”; pero era el único que podía ofrecer un repertorio distinto al resto. Maldito sea aquel que pensó la táctica de jugar sin él. ¡No le dejaron lugar al mejor dentro del equipo! Casi todos se contagiaron en la idea de no dejar crear al rival y fueron prescindiendo del “creador”.

Está todo tan contaminado, que proteger el producto no aparece como prioridad. Los técnicos jerarquizan la cautela, porque el sistema así los obliga. Sólo se celebra la victoria sin importar el camino que se deba recorrer para conseguirla. Ahora a la mezquindad se la confunde con capacidad, y el desprecio por la pelota pasó a ser sagacidad, entonces, para muchos no es necesario tener un “desequilibrante” que sea capaz de romper con la "siesta tacticista" a la que someten los partidos los amantes del pizarrón. Hoy se privilegia el esfuerzo y no el juego. Todo lo que depende de la garra, lo testicular, seguro que el fútbol lo conserva. Lo que estamos descuidando cada día más es la esencia. Tener la pelota, jugar con ella. Para algunos abominables sesudos de buzo y silbato, dejó de ser el valor más preciado de este deporte. Sobra intensidad y falta contenido, y lo extraño, es que muchos celebran la abundancia de algo accesorio, sin alarmarse por la escasez de lo primordial. Muchos vendieron el alma y se hincaron en el altar del resultadismo obsceno.

Cabeza arriba, visión de 180 grados, un guante en el botín generalmente zurdo, la gambeta precisa, la pegada prodigiosa. Caño, rabona, taco y sobrero. ¿De quién otro podemos esperar una fantasía? América, por idiosincrasia, por forma de sentir el fútbol, es el continente que todavía intenta proteger al “enganche”. Es un territorio que le da espacio a la impronta, al talento y al atrevido. Ese jugador con el GPS incorporado que sabe el destino del balón, incluso antes que este llegue a sus pies. Son discontinuos, cadentes, hasta desobedientes y muchas veces aislados. Pero nunca previsibles. Son tan buenos que no sabemos cuándo aparecerán y menos dónde lo harán. Algunos clubes y técnicos han optado por maquillarlos de “doble 5”, o de media punta... estas cosas raras de los tiempos modernos, pero todavía lo conservan. No están en su hábitat natural en un campo de juego, pero están vivos.

Maradona es el abanderado, para muchos "D10S"… pero también están Pelé, Rivaldo, Ronaldihno, Zico en Brasil, Romerito y Cañete en Paraguay, Teófilo Cubillas y Julio César Uribe en Perú, Rubén Paz, Sosa en Uruguay, Valderrama en Colombia, Etcheverry en Bolivia, Aguinaga en Ecuador… y tantos otros que hicieron historia con la número “10” tatuada entre pulmón y pulmón. Riquelme pasó a ser prescindible en Boca, pero todavía resiste los embates en la trinchera de la Paternal.

Hoy cargan con hidalguía la pesada herencia los Messi, James Rodríguez y Neymar. Estos pibes brillan y defienden con ahínco la depredada raza en cualquier parte del mundo, incluso en algunos lugares donde no le permiten ser ellos y usar su sello: el número 10 en la espalda. Cerca de mi casa, en la jungla de cemento que se fagocitó el potrero, todavía surgen los Bertoglio, los Mugni, los Cavallaro… Otros tantos anónimos están diseminados y todavía no identificados. Ojalá resistan las tentaciones de muchos eruditos “formadores” que los intentarán transformar, sacrificar, en nombre de la mal entendida “eficacia”. Señores, el “10” representa la esencia del fútbol, y si muere la esencia, muere la pasión que nos trajo hasta aquí. Seamos solidarios con el deporte más popular. Dejemos de pensar tanto en el negocio y por favor... ¡salvemos al 10!