Las señales alentadoras se multiplican para esta versión distinta de la Selección de Sabella en Brasil. Las verdades absolutas suelen ser traicioneras y más en un mundo tan relativo como el del fútbol, pero una vez más hay algunos indicios para ilusionarnos, y que no solo pasa por contar en el equipo con el mejor jugador del mundo. La sensación de "grupo" provee al plantel de una resistencia única. Llegó la hora de apostar más por el trabajo que por la inspiración, más por la severidad clásica que por el mero instinto sensible de un jugador. Este parece ser hoy el gran mérito del DT del combinado albiceleste, quien propició calma en tiempos de convulsiones, mesura cuando abundaban los desbordes, paciencia en medio de la urgencia. Lo importante es la creencia en el proyecto. Lo sustancial es convencer a los jugadores de la idea madre y de cómo llevarla a cabo, seguramente con Messi como abanderado, pero necesitando del resto para acompañarlo. Luego, los resultados harán su trabajo y una intención se transformará en dogma, un pensamiento en filosofía.
El rol de conductor de Sabella importa tanto como la estrategia que plasme en cada partido. Liderar esta verdadera “constelación de estrellas” no es una tarea sencilla, pero “Pachorra” dio muestras de cómo hacerlo. Hay en este grupo algunos apellidos de calidad excelsa que hacen un culto de la posesión del balón. Su estilo de juego tiene como primer mandamiento la intención irrenunciable de progresar en la cancha juntando pases. Está claro que si no hay soporte colectivo, si no contamos con movimiento ni estructura de equipo también en defensa, todo seguirá siendo difícil, aún para los buenos jugadores de ataque. Si el equipo no logra un funcionamiento pleno que respalde y potencie a sus integrantes, la buena intención individual puede convertirse en un "sálvese quien pueda", como ocurrió en Sudáfrica 2010.
Nadie duda que para llegar a la victoria siempre el camino más simple es jugando bien, pero no existe una única manera de poner en práctica esa idea que nos permita alcanzar el objetivo. Con mayores o menores riesgos, con postulados que pueden acercarse o alejarse de la estética, con más respeto por las formas o mayor acercamiento al fondo, independientemente de los gustos que tengamos por determinada manera de jugar, el camino es tan particular como ideas empuñan los técnicos. Lo que dejo en claro es que siempre importa el recorrido y no solo el destino final. En definitiva, es el recorrido lo que nos hace más o menos dignos. Es que no fue el mismo camino el que transitamos en Italia 90 al de México 86. Aunque en ambos casos fuimos finalistas.
Parece innecesario y a todas luces inoportuno hablar del “Messi-as” en Brasil. De creer que un futbolista será el “salvador” de un país que recuesta exageradamente sus miserias en el fútbol y hasta en un solo intérprete. No son tiempos de volver a la siempre híbrida, aciaga y funesta comparación con aquel Maradona del 86. Ese parangón hoy es más odioso que nunca, en la medida en que se pone en el mismo lugar a un tipo como Diego, al que ya le bajaron la bandera a cuadros, y a otro al que todavía le quedan varias competencias por delante antes del final.
En tiempos en los que el resultadismo parece ser la única y más violenta verdad, cuidemos a nuestro abanderado rosarino. El "10" tiene diploma de honor por notas que le otorgan medallas y un concepto más que calificado en el ambiente del fútbol mundial. “Lio” impulsa a este equipo acústico, pero necesitará del resto para que sea una auténtica sinfonía, y así estrujar nuestras pasiones a más no poder. Su ancho de banda es superior a la media: recibe más información en menos tiempo que cualquier otro y es capaz de procesarla en milésimas para ejecutar la mejor solución. La “Pulga” juega como si hubiera visto ayer en la play el mismo partido que hoy está jugando. Sabe lo que va a pasar, no lo intuye. Pero como en los “jueguitos”, espera que sus compañeros también cumplan funciones importantes para que él pueda destacarse. Lejos de recostarse en la gloria, la búsqueda no se detiene. Esperemos que sea el Mundial de Messi, pero también el de Mascherano, Romero, Agüero, el tuyo, el mío, el de todos.
Esta selección muestra guiños particulares, una impronta inconfundible y el sello humilde de Sabella. Tenemos al mejor, rodeados de amigos que son muy buenos jugadores. Crecen desde el pie las expectativas de cumplir un buen papel en la cancha. Hay preocupación por lo que pueda ocurrir afuera. La vigencia del fenómeno barra brava nos dejará expuestos como impúdicos y deshonestos si los dejamos cruzar la frontera para cometer sus tropelías harto conocidas en nuestras maltratadas canchas. Obscenos e inmorales son los propios barras y sus cómplices, muchos de ellos responsables pasivos. Inmorales somos, finalmente, todos aquellos que aún desde la denuncia estéril empezamos a aceptarlos como actores inevitables cuando su accionar remite, sencillamente, a un sistema delictivo que se combate tan livianamente, que son capaces de cruzar la frontera sin la más mínima restricción ni resistencia. Me siento cómplice de toda esta lacra que daña con frenesí las vísceras del deporte, cuando me sumo al coro de analistas de un drama que ya no merece más análisis y que debiera tener otro tipo de cuidados más intensivos en estamentos superiores al periodismo.
Estamos en Brasil. Sabella, los jugadores, los dirigentes, la hinchada, los políticos, los famosos, los periodistas, el creyente, el ateo, el joven, el viejo, hombre, mujeres… y seguramente también los infaltables barras. Una vez más el fútbol nos cobija a todos durante un mes. Ahí “el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha”. El 13 de julio se acabará, “y con la resaca a cuestas volverá el pobre a su pobreza, el rico a su riqueza…” Durante la Copa nos olvidamos “que cada uno es cada cual”, motivo suficiente para volver a unirnos, más no sea por un rato, en un caluroso festejo “argento”. Que nos permita olvidarnos de la triste “grieta”, como sólo el fútbol hoy podría lograrlo.
Queda claro que la participación de Argentina en Brasil 2014 no va a maquillar la difícil realidad que nos toca vivir a diario, que será imposible de disimular muy a pesar de los goles de Messi y Cia, por más nacional y popular que sea la Selección de todos y todas. El éxito o el fracaso será más que nunca esta vez una cuestión de “Estado”… de ánimo. Llegó el Mundial, lo estábamos esperando! "En Brasil jugamos todos, solo gana o pierde el fútbol".
Hoy - Por Gustavo Mazzi
Martes 10 de Junio de 2014 - 14:13 hs