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Martes 14 de Febrero de 2012 - 13:29 hs

El Centro de Protección a la Naturaleza cumple 35 años

El Centro de Protección a la Naturaleza festeja 35 años e hizo llegar este documento sobre lo actuado en esta etapa:


En la década del 70, en lo ambiental, hacía poco tiempo que se había publicado el informe del Club de Roma o de “los límites del crecimiento” y los gobiernos habían empezado a interesarse en el tema otorgándole rango internacional con la creación del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), cuando la crisis del petróleo del 73 confirmó los pronósticos de los primeros y justificó la actuación de los segundos,
multiplicando los ministerios, secretarías y direcciones que trataran la problemática. En este contexto, y con una situación política institucional complicada para nuestro país –y para otros- por la irrupción de las dictaduras militares, surge el Centro de Protección a la Naturaleza.

En ese momento, se proponían situaciones remediales para los “defasajes” del modelo industrialista: controles, límites, penalizaciones, y nuestra institución no estuvo exenta de esa tónica: protección de la flora y de la fauna, establecer áreas naturales protegidas, evitar la contaminación o establecer “límites tolerables”. Todo se hacía en defensa de nuestros hermanos de ruta que no podían ejercer su derecho por sí mismos, protegiéndolos o intentándolo al menos. Tal vez el primer salto evolutivo institucional se generó al suspender la fumigación aérea antimosquitos en la ciudad de Santa Fe en 1978, atendiendo a la destrucción de las especies benéficas y, por qué no, a la salud de la población. Desde ese momento ya se ponía en foco que sería la sustentabilidad de nuestra sociedad el objetivo principal pero que sin el ambiente, ello sería imposible. Por ello, son importantes las acciones en uno y otro campo pero teniendo en claro que suponer que la sociedad puede existir sin el ambiente roza el estado patológico de locura.

Durante los ´80 estuvimos en este debate proponiendo acciones que siempre llevaban en forma intrínseca una nueva forma de concebir el posicionamiento de la sociedad. Plantar árboles era una actividad simpática pero hacerlo en un contexto de difusión de la deforestación que ya existía en aquel momento en nuestro país significaba incluir las actividades humanas como modificadoras del territorio con severos impactos en las comunidades y en la disponibilidad futura de los bienes naturales. En ese momento, surgen las preocupaciones sobre el cambio climático (que fue reconocido tardíamente por el establishment científico recién a principios del siglo XXI), la capa de ozono y empiezan las protestas nucleares. En nuestra provincia, la oposición al proyecto de instalación de una central nuclear fue liderada con éxito por el CeProNat y significó visibilizar los riesgos de una energía peligrosa.

A la situación “remedial” de los años anteriores, se suma en los ´90 la prevención y la precaución, incorporándose a nuestro discurso una crítica puntual al modelo de consumo. En cierta manera, era una estrategia para llevar a lo cotidiano el impacto de nuestras acciones sobre el ambiente: desde los aditivos colocados en nuestros alimentos hasta los objetos que compramos para satisfacer necesidades construidas antes que las básicas. Ya hablábamos de obsolescencia programada, de lo que pasa con nuestros residuos y su impacto social e inclusive se cuestionaba el maquillaje verde de las grandes corporaciones al promocionar “productos ecológicos” o “amigables con el ambiente”, muchas veces en connivencia con organizaciones “paraecológicas“ creadas ad-hoc que legitimaban a aquéllas mientras engordaban sus bolsillos.

La ECO´92 en Río de Janeiro y la incorporación del “ambiente” a la Constitución Nacional otorga otro estatus a las luchas ambientales, las que comienzan a formar parte de movimientos sociales heterogéneos. Debíamos evolucionar: a una clara política de Estado (la famosa “ausencia”), se opone en principio el Tercer Sector, lo que luego fue manipulado por el mismo sistema; en ese juego, nos convertimos en una “organización social comunitaria” lo que nos permitió compartir luchas con otras organizaciones que no por poseer distintos objetivos, contemplaban en su discurso la problemática ambiental, la exclusión, la salud, etc. De a poco, pasamos de ser “ecologistas” (tal como insisten hoy algunos medios de comunicación) a “grupos sociales de presión según intereses”. Esta nueva denominación nos ubica, por ejemplo, entre los posibles destinatarios de la reciente ley antiterrorista sancionada recientemente, si es que decidimos, por ejemplo, realizar un corte de ruta o protestar por las fumigaciones.

Ya en este siglo, comienza a ser evidente el derrumbe del sistema con sus recurrentes crisis “económicas”, y se convierten en intolerables desde la implementación del ALCA hasta las agresiones al ambiente que terminan por volver a la sociedad: monocultivo sojero, deforestación, migraciones, contaminación del agua y del suelo, ríos desiertos por el extractivismo, pesticidas, energía, residuos sólidos, acceso al agua, sólo por citar algunos de los temas en que hemos estado involucrados. Ni hablar de nuestra presencia física en la lucha de nuestros hermanos en Gualeguaychú o en Famatina, en un claro intento de unificar y nacionalizar los movimientos sociales.

A tantos años de rubricarse la primer acta del Centro de Protección a la Naturaleza, estamos en un contexto difícil: a un cambio climático indetenible -y sobre el que poco y mal se trabaja a nivel de políticas de gobierno-, tenemos un consumismo de escala global que devora bienes tangibles limitados -y que no se soluciona con el reciclado-, y la generación de una forma de vida cada vez más artificial y más dependiente, con una población que cree que los alimentos salen de los supermercados y que tritura por igual ríos, bosques y pueblos originarios para hacernos ilusionar con un estilo de vida claramente insostenible.

Pero toda la humanidad está embarcada en este planeta Tierra, el único lugar del Universo donde se ha demostrado que es posible la Vida. Y desde el Centro de Protección a la Naturaleza ponemos nuestra cuota diaria de valentía para mejorar nuestro entorno cercano, conociendo que en todos lados, en cada pueblo, en cada valle, en cada costa, siempre hay alguna persona sensibilizada con el ambiente o con la salud que desea cambiar las cosas. Hemos reiterado hasta el hartazgo que nuestros socios son los que nos permiten sustentarnos económicamente para tener libertad en decir lo que queremos, y que mes a mes, con su aporte, renuevan sus vínculos con nosotros otorgándonos el crédito para seguir haciendo cosas, con nuestro propio trabajo voluntario a destajo. A 35 años de nuestro nacimiento, esa es la línea que pretendemos mantener.

Fuente: cepronat