Otro de los nuestros nos ha dejado; el tiempo se cobró una vida dejándonos con el duelo a cuestas. Los que conocimos al Negro Sauco sabemos de su personalidad, más allá de la que demostró en las canchas, caracterizada por el momento que le tocó jugar y por hacerle honor a tantos jugadores procedentes del Uruguay, por un juego áspero, sin titubeos, casi violento, que justificaba su aspecto temible cuando un adversario se enfrentaba a él.
A través del fútbol no demoró en conquistar amigos; se enamoró de Santa Fe y la adoptó para desarrollar su familia y su trabajo y quedó identificado plenamente como santafesino.
Su aspecto de hombre recio engañaba a la gente; detrás de su fortaleza se abrigaba un hombre tierno, de carácter afable, servicial, amigo de los amigos que respetó los códigos del compañerismo. Su color de piel no fue el único rasgo que lo distinguía, sumaba a su simpatía la virtud de la docencia, demostrada como formador de futbolistas y como profesor de la Escuela de Técnicos, donde amenizaba sus clases con interrogantes a debatir que lo hacía respetuoso de variadas opiniones.
El Negro paseaba su figura por las calles santafesinas orgulloso de pertenecer a una sociedad que lo vio con simpatía y respeto dejando el consuelo de haberlo apreciado por su sencillez y conducta intachable. No hubo encuentro que no fuera acompañado por un chiste, rasgo que lo hacía merecedor de confianza aunque la amistad se cultivara sin estridencias.
La tristeza que genera la irreparable pérdida se ve atenuada por recuerdos que convierte la realidad en un álbum de anécdotas.
Te vamos a recordar, Luis, con la misma simpatía que nos regalaste. QEPD