Extremadamente vergonzosa acepta con resignación la fama. Comenzó en la industria musical como una compositora destacada y posteriormente se animó a trascender pero ya como intérprete de sus propias canciones. Su anhelo es pasar inadvertida, pero tan solo con tocar los primeros acordes de la guitarra o iniciar con su cálida voz la poesía de su repertorio ya no pasa desapercibida.
La cantante canaria cimentó su carrera sobre la base de lo simple y natural que es un absoluto reflejo de su esencia. Ella es quizás una de las pocas mujeres que se muestra tal como es. Lo demás, cómo vive, y con quién, qué hace cuando termina una show, cuáles son sus pensamientos sobre temas personales, lo guarda para sí. Con el paso de los años Rosana ha sabido caminar por la delgada línea que separa a la artista de la mujer con notable coherencia entre lo que dice y lo que hace. Su música no es más que una poesía permanente que evoca los sentimientos de una persona que es atravesada por los vaivenes de la vida.
No descree de las causas populares pero así como defiende su privacidad, también protege su individualidad, optando por no realizar actuaciones en conciertos reivindicativos. No se escuda detrás de ninguna pancarta porque no concibe poner su profesión de ningún movimiento aunque crea ardientemente en ello.
Con esa seguridad de que nadie tiene nada comprado, pisa hace más de 20 años los escenarios dejándolo todo y a su vez recibiendo el afecto de sus seguidores. Un extenso recorrido por su su repertorio muestra pasajes del pop, el rock hasta el folk, ya que persigue la idea de no aburrir y encontrar la manera de ser cómplice de su público: emocionarse y emocionarlos
es la clave. Rosana posee una ternura genuina que es su carta de presentación, a dónde quiera que vaya; y su naturalidad un estilo de vida, que logra traducir en maravillosas canciones.