Colón - Por César Carignano

Martes 15 de Mayo de 2018 - 18:05 hs

Una final vivida y sentida

Nada era sencillo, ni su realidad ni su rival. Pero Colón estuvo a la altura de sus necesidades y reafirmó su presencia en citas internacionales en su última chance.

El optimismo vinculado al fútbol tiene dos grandes virtudes. Una, sostener ilusiones que la razón no ampara. Y otra, su carácter indestructible. Pero posee además un ámbito, una comunidad donde arraigar y reproducirse indiscriminadamente: los hinchas.

De allí que gestas improbables despierten expectativas racionalmente difíciles de fundamentar. Pero el optimismo y este maravilloso deporte han caminado por siempre de la mano para disimular las desventajas que socialmente nos envuelven.

Y esa fe que mantiene el ánimo en el simpatizante es capaz de perforar la coraza de los planteles actuales que optan –respetablemente- por el ostracismo, para ayudarlos a creer.

No pasa por ningún otro sitio que la mente la reacción de Colón. Reacción justa y a tiempo. Porque amén del rival no hay demasiadas aristas para explicar diferencias futbolísticas tan grandes entre una y otra final.

El entrenador fue el mismo, las variantes se hicieron presentes como en toda la temporada y el principal rival del sabalero fue el de siempre: sus propias inseguridades. Después de ellas, claro está, vino Racing.

La derrota de Belgrano y el empate de Argentinos encendieron la esperanza. Y la certeza de que nacía allí un nueva chance, parece haber hecho el resto.

Las finales deben ganarse. Algunos opinan que no es necesario jugarlas bien. Este punto es debatible. Lo que no admiten las finales son los titubeos, los temores, las pasividades. Las finales deber sentirse en el alma, vivirse desde las entrañas para ser afrontadas a la altura emocional que exigen. Y tras ello, está lo futbolístico cuyo rendimiento precisa de un plan, de una estrategia, de un trabajo colectivo. Pero sin lograr lo primero lo segundo es imposible.

Lo demostró el Rojinegro ante Vélez y lo modificó de plano ante la Academia.

Avellaneda exigía carácter y juego. Y Colón tuvo ambas. A la bravura debió mostrarla de entrada cuando el escenario agregó otra complejidad. Dificultad a la que hizo frente y terminó revirtiendo con autoridad. Luego, ya en partido, con la seguridad en sí mismo necesaria para estas aventuras desarrolló su plan. Y allí puso sobre el campo su identidad.

Con Eduardo Domínguez este equipo tuvo altibajos pero siempre la búsqueda pasó por contrarrestar la idea adversaria y luego aplicar la propia. Cuestión discutible porque siempre existió la sensación de que con el material a mano Colón podría haber intentado ir por otro camino hacia el arco oponente. Pero a esta altura nada hacía prever un cambio de rumbo tan marcado.

El sabalero jugó a lo que juega siempre con este entrenador, pero tuvo un piso de rendimiento alto, con picos excelsos –de los mismos de toda la temporada- y la aparición en escena de otros a los que necesitaba con urgencia.

Desde allí construyó su triunfo este equipo. Desde la entrega voraz, el hambre de triunfo, la concentración y la alta eficacia que le ha permitido ser competitivo en esta Superliga.

La madurez silenciosa de Conti, la regularidad de Alexander en momentos clave, el corazón majestuoso de Bastía fueron las banderas de la patriada en tierras blanquicelestes. Y junto con ellos, la ferocidad de todos para recuperar, los chispazos de Alan, la frescura de Estigarribia y el poder de fuego de Correa terminaron por ponerle nombres propios a un equipo que se vistió de gala justo a tiempo para cumplir un objetivo.

El camino fue sinuoso, cargado de altibajos y más allá del final ha dejado claroscuros sobre los cuales reflexionar pensando en el futuro. Para lo cual será determinante no quedar encandilados con la foto del cierre.

Pero ya habrá tiempo para que los protagonistas que conforman el futbol profesional en el club hagan el respectivo análisis. Ahora es momento de festejo para el pueblo rojinegro, porque el optimismo y las circunstancias le dieron una nueva chance a Colón. Y porque los futbolistas, en una muestra de enorme guapeza, expusieron el fuego íntimo que se precisa para ganar una final y reivindicarse con su gente.

 

Fuente: Por César Carignano