Fútbol - Por César Carignano

Domingo 15 de Octubre de 2017 - 09:57 hs

Eterna compañera

Yo nací en una cuna común, sin lujos ni estridencias, como la mayoría en este país. Y desde ese momento estuvo a mi lado brindándome compañía y calor, como le ha pasado a muchos. Desde el inicio la sentí mía, aun sin entender la vida ni las relaciones ni los parentescos ni lo que está bien o mal. Aún sin hablar ni caminar yo la sentí exclusivamente mía. Reticente para compartirla y triste si alguien osaba sacármela de mi lado fuese por la razón que fuese, fui creciendo.

Pero los años no solo me brindaron la habilidad para sostenerme en pie o para manifestarme a puro ruido primero y a pura palabra más tarde. Además, me enseñaron a comprender que no era solo mía, que debía prestarla sin que eso signifique que deje de ser mía. Y fue duro aceptarlo…

Al jardín de infantes podía acompañarme, pero solo hasta la puerta. Lo mismo ocurría a la hora del baño, y también –aunque más de una vez la convencí y la arropé con mis sábanas- a la hora de dormir. Fue todo un aprendizaje aceptar que no era parte de mi cuerpo. No obstante la he disfrutado en todo lo que hemos compartido en aquella lejana infancia. Los mates sentados enfrente de casa en el mismo sillón, las tardes en el campito -la Canchita del Cura, para ser más exactos- , las vueltas en bici por el pueblo, las noches de verano mirando tele desde la vereda y corriéndola hasta la calle. Siempre cómplices, siempre sonrientes.

Sin embargo hemos tenido nuestras agarradas… Como le pasa a cualquiera. Cuando no nos hacíamos caso, generalmente. Yo a ella o ella a mí. Diría que mis broncas fueron más que las suyas, porque a veces le costaba interpretarme, quizá por no ser claro al expresarme. Las responsabilidades, el respeto de ciertos horarios, el desarrollo hacia la adultez, nos fueron impidiendo convivir todo el tiempo que queríamos. Y eso me inquietaba porque siempre fuimos muy unidos. Probablemente por esa misma razón me la agarraba con ella, con lo que más quería, como termina agarrándosela cualquier ser humano con los que más quiere cuando está ofuscado. Y más de mil veces fue receptora de mi ira… aunque cada vez que ello ocurrió mi disculpa fue -casi-  inmediata. No obstante ello y sin lugar a dudas, esos desencuentros que se cuentan por centenas bajo ninguna óptica clasifican como maltrato.

Cuando la vida me ofreció caminos más largos y lejanos siempre me aferré a ella para encontrar confianza, seguridad, fortaleza. Y generalmente mis latidos amainaron abrazado a su calidez. Fue parte de cada desafío. De los futboleros y de los otros, tan importantes e intensos como los que viví en el deporte. En algunos pudo estar más cerca que en los demás, porque como ya exprese con anterioridad, no es solo mía: se debe a otras personas también. Pero estar, estuvo siempre.

Conoció cada rincón del mundo por donde tuve la dicha de deambular. Me ha visto inmensamente feliz y dolorosamente triste. Aceptó mi necesidad de caricias, como mi necesidad de distancia, pero siempre aguardándome sin exigirme nada, siempre predispuesta a que nos entretengamos juntos. Indudablemente por eso vuelvo a ella con recurrencia y termino disfrutando de su compañía más allá de los roces que pudieron enojarnos en algún momento.

Ella ha sido protagonista de muchos goles convertidos, testigo privilegiado de muchos sueños cumplidos, ha estado a mis pies cuando di las asistencias más importantes de mi existencia… Aunque también la he tirado afuera con frecuencia, o la he convertido en cómplice de algunas gambetas y algunas avivadas para sacar ventaja ante determinados adversarios.

Es que… una relación así no es fácil de describir. Es un amor que, uno sabe, puede entibiarse, pero jamás apagarse, es un vínculo trascendente, poderoso, inmortal… Es, en definitiva, una conexión que solo pueden generar ellas, las madres. Más allá que la pelota nos despierte las mismas sensaciones… Feliz Día para todas las mamás.

Fuente: Por César Carignano