Política

Domingo 13 de Agosto de 2017 - 10:19 hs

El derecho y el deber de votar

La columna de opinión de Rogelio Alaniz en su programa.

Este domingo se vota. Un trámite breve que periódicamente perfecciona la democracia que, hasta tanto alguien demuestre lo contrario, es el sistema político y -me atrevería a decir- de vida, que los argentinos hemos elegido. En estos comicios se eligen candidatos para las elecciones de octubre. La palabra Paso explicita con claridad el carácter de estas votaciones: Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias. ¿Está claro? La ley puede y debe discutirse y, como ocurre en estos casos, hay buenas y malas razones para impugnarla, pero para este domingo rige y hay que cumplirla. Votar es un derecho pero es también un deber. El compromiso mínimo pero decisivo de un ciudadano con la organización política del Estado.

Formalmente se eligen diputados y autoridades municipales, pero por las modalidades de nuestra cultura política no parece ser ésta la exclusiva preocupación de los dirigentes. Para políticos, politólogos, periodistas y ciudadanos, las elecciones son de hecho una suerte de plebiscito a favor o en contra del gobierno nacional. En el caso de nuestra ciudad, es también una evaluación respecto de la actual gestión municipal. No está bien que así sea, no está bien que una elección intermedia e incluso una primaria, sea algo así como un plebiscito nacional, es en todas las circunstancias una grosera distorsión institucional, pero nos guste o no objetivamente es así.

Si la diferencia de votos entre un candidato y otro es marcada, las primarias devienen en lo más parecido a un veredicto final y transforman a los comicios de octubre en una formalidad. Si la diferencia es ajustada, operan como una primera vuelta y deja abierto para dentro de dos meses la posibilidad de confirmar o no ese resultado.

Si el actual gobierno nacional fuera peronista, seguramente estos comicios no serían tan dramáticos. El peronismo ha perdido elecciones intermedias y no pasó nada. Pero de esa tolerancia no pueden disfrutar los gobiernos no peronistas. Los miedos y prevenciones se justifican. Vivimos en un país en el que el último presidente no peronista que concluyó su mandato en condiciones democráticas fue Marcelo T. de Alvear en 1928, es decir hace casi noventa años.

Para no irnos tan lejos, tengamos presente que en los últimos sesenta años ningún gobierno no peronista pudo concluir su mandato, una tendencia que se confirma con más dureza desde 1983 a la fecha. Los ejemplos de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa son elocuentes.

Que esto no sea así, es decir, que un presidente no peronista no pueda cumplir su mandato no es un capricho de los dioses, o una consecuencia de la supuesta inhabilidad política de quienes no son peronistas, o la suposición de que en esta Argentina los únicos capacitados para gobernar son los peronistas. No estamos ante un tema menor. Tan es así que muy bien podría decirse que la asignatura pendiente de la democracia abierta en 1983 es que un gobierno no peronista pueda concluir su mandato.

Para que esto ocurra es necesario que se conjuguen una serie de factores. Un gobierno que trate de hacer las cosas bien y equivocarse menos y un peronismo que entienda que la república democrática es un objetivo nacional. No está mal que los argentinos discutamos las estrategias de creación y distribución de la riqueza. Un país necesita que ambos objetivos se realicen y esa realización no es tarea sencilla porque en el camino se interponen intereses, privilegios, facciones corporativas, derechos postergados, deberes ignorados y todo ello en medio de ciclos económicos complicados en un mundo cada vez mas difícil.

En Inglaterra, laboristas y conservadores han convivido durante décadas, y cada uno atendiendo a las circunstancias del caso o de la coyuntura, se esforzó para hacer realidad sus ideas que en los debates teóricos parecían irreconciliables. No está mal o es legítimo que muchos argentinos consideren que el populismo es una respuesta satisfactoria para las sociedades actuales. Yo o usted podemos creer que el populismo es una peligrosa calamidad, pero no podemos desconocer que el populismo es una realidad y como toda realidad histórica es matizada, compleja y legítima.

¿Populismo republicano?

Lo que está mal es la pretensión del populismo de eternizarse en el poder, una pretensión que nace de su ideología, de sus mitos y de su concepto práctico del poder. El populismo en sus versiones mesiánicas exige vaciar las instituciones republicanas, dilapida recursos y alienta diferentes ensoñaciones totalitarias. Pero me consta que hay otras maneras de vivir el populismo.

¿Es posible un populismo republicano? ¿Un populismo dispuesto a gobernar y regresar al llano? ¿Un populismo que no se suponga el exclusivo defensor de los pobres o no se crea la encarnación exclusiva de la nación? ¿Un populismo que abandone el tono trágico, dramático, esa pretensión de creerse el exclusivo redentor de la humanidad y que toda disidencia es una traición a la patria o una conspiración de los ricos? ¿Es posible un populismo liberado de ese toque de farsa en la que multimillonarios de la noche a la mañana se presentan como defensores de los pobres?

Supongo que sí, que es posible, que debe ser posible. Y no creo estar suponiendo en el aire. En muchas provincias de nuestro país así ha sido. Sin ir más lejos, el peronismo en Santa Fe está perfectamente adecuado al sistema político republicano. Fue gobierno, lo perdió, intenta recuperarlo. Algo parecido sucedió en Córdoba, Mendoza, Entre Ríos. Queda abierto un enorme interrogante para las provincias más pobres, pienso en Formosa -por ejemplo- en donde el populismo en sus versiones más feudales ha hecho estragos.

Para que la experiencia democrática se perfeccione en la Argentina es necesario, indispensable que un gobierno no peronista concluya su mandato, haga realidad el pluralismo y la alternancia. También es necesario -obviamente- que el no peronismo demuestre que está en condiciones de gobernar, de lidiar con las tempestades de la política y las celadas del poder.

De pronósticos e interpretaciones

¿Qué ocurrirá el domingo? Años de experiencia en estas lides me autorizan a decir que la evaluación más razonable y práctica de un comicio es con los resultados en la mano. El famoso diario del lunes será obvio pero es real y concluyente. Habría que agregar al respecto que los números cierran los pronósticos, pero no las interpretaciones.

De todos modos algunas especulaciones están permitidas. La madre de las batallas se libra en provincia de Buenos Aires. Tampoco está bien que así sea, pero es así. Hay posibilidades que Cristina saque más votos que Bullrich. Si esto se diera, habrá que ver si esa diferencia es baja o alta, un detalle a tener en cuenta porque en caso de una victoria kirchnerista ajustada queda abierta la chance de que el oficialismo recupere posiciones para octubre.

La interpretación de una elección nacional no puede reducirse a una exclusiva variante. ¿Qué pasa, por ejemplo, si Cristina gana en senadores pero en diputados gana Ocaña, la candidata de Cambiemos? Se dirá que ese resultado no pone en entredicho el liderazgo de Cristina, pero convengamos que lo relativiza, sobre todo si se tiene en cuenta que en el orden nacional el kirchnerismo es una fuerza política cuya representación no llega al quince por ciento de los votos.

La otra especulación a tener en cuenta es la de orden nacional, es decir el sesenta por ciento del electorado repartido en diferentes provincias. Así como hay indicios de que Cristina puede ganar, también hay indicios firmes de que Cambiemos está en condiciones de imponerse en ocho distritos, algunos claves como Ciudad de Buenos Aires y otros de un alto valor simbólico, como es Santa Cruz. Si esto fuera así, queda claro que el resultado final de las elecciones se distinguiría por establecer un deseable equilibrio político, un reacomodamiento de algunos dirigentes sobre otros, pero nada más.

El equilibrio de fuerzas. Ése debería ser el objetivo deseado. Un equilibrio que no frene sino que libere, que haga realidad el juego del pluralismo político y la estabilidad institucional. Un equilibrio en el que los principios de la moderación sean los decisivos y los cambios no provengan de la conspiración, la violencia destituyente, sino del veredicto pacífico de las urnas.

Fuente: LT10 - Rogelio Alaniz