Fútbol - Lo que viene

Jueves 20 de Julio de 2017 - 19:21 hs

Las promesas y los riesgos de la Superliga

La Superliga ofrece los encantos de toda página en blanco y a la vez deja entrever los oscuros nubarrones de una desigualdad estructural y exponencial.

La Superliga tan anhelada por los cortadores del pescado grande del fútbol argentino y ya a punto de caramelo para empezar su degustación en la tercera semana de agosto próximo, ofrece los encantos de toda página en blanco y a la vez deja entrever los oscuros nubarrones de una desigualdad estructural y exponencial.

No es de ahora, desde luego, ni patrimonio de la gestión de Claudio Tapia, Chiqui que le dicen, pero en todo caso es dable observar que el reparto del dinero derivado de los derechos de la TV, esa suerte de productividad ligada a la perfomance de cada quien a lo largo de una temporada y la grilla de las tesorerías propiamente dichas tiende a un fútbol de máxima concentración de poderío en unos pocos clubes separados de una selva de mera supervivencia de chicos y medianos.

Esto es, la gestión de Tapia está lejos de disipar de una cultura de hijos y entenados; por lo contrario, tal parece que habrá de profundizarla y llevarla a extremos más propios del siglo XX.

Detrás de la súper profesionalización y del tan cacareado "fair play financiero" que cimitarra en mano amenaza a los clubes deudores, detrás de la presunta transparencia que propone un borrón y cuenta nueva cuando lo que correspondía era desandar el camino y examinar en detalle los modos extorsivos del último Julio Grondona, del Grondona ligado a la escalada de corrupción de la FIFA, anida una popular metáfora de Bolivia: la misma chola con diferente pollera.

Para grietas, si de grieta hablamos, la capacidad de renovación de cada club y de cada plantel con vistas al lanzamiento de la una liga, la Argentina, que lleva impresa la rimbombante etiqueta de "Superliga".

¿La liga es Súper para cuántos?

¿Cuántos son los que están bien posicionados para disponer de las piezas, rearmarse y planificar con un propósito más ligado a lo que se quiere que a lo que se puede?

¿Cuántos son los que en el mercado de pases encuentran lo que buscan y no terminan por resignarse a aceptar lo que encontraron?

Para ir llevando, Boca, que como si nada desembolsa dos millones de dólares por Paolo Goltz, un millón por el préstamo de Edwin Cardona, y esto recién empieza, cuando antes había desembolsado 4.4 por Darío Benedetto y antes que antes 6.5 a la hora del rescate de Carlos Tevez en su salida de la Juve.

¿Y de River qué diremos? Entre Enzo Pérez, Ignacio Scocco y Javier Pinola puso sobre la mesa unos 12 millones de billetes estadounidenses, y recordemos, de paso, que lo del mendocino, pagado en euros, parecía un imposible: Valencia lo había pagado 25 millones cuando con la camiseta del Benfica venía de ser el mejor jugador de la liga lusa.

En ese mismo contexto (¿opulente?, ¿solvente?, ¿prepotente?) se explica que Racing busque un defensor probado y pague casi tres millones por Lucas Orban y necesite un delantero de calidad y ofrezca cuatro millones por Andrés Ibargüen, y traiga al caudillo uruguayo Egidio Arévalo Ríos, y en ese mismo contexto afinan la agenda y el lápiz Independiente y San Lorenzo.

¿Los demás? Los demás, salvo excepciones que de momento brillan por su ausencia, salen a la calle a meter en la bolsa las ofertas de Mercado Libre, retazos, lances que en el 90 por ciento son saludos a la bandera enmascarados con el eufemismo de "apuesta" y suplentes o suplentes de suplentes de los que tienen la sartén por el mango y el mango también.

Pensemos que Estudiantes, que terminó tercero en los dos campeonatos más cercanos en el tiempo, celebró con bombos y platillos que volvieran Pablo Lugüercio y Mariano Pavone, añejos compañeros de la clase 82.

Pensemos que Vélez, hasta no hace mucho un ejemplo de números cuidados, billetera respetable y equipos dignos de ponderación, incorporó al veterano Gonzalo Bergessio (descartado por San Lorenzo) y al juvenil Federico Andrada, descartado por River y terrenal delantero del Quilmes que bajó a la B.

Hay, pues, clubes con juegos propio, los cinco grandes del buen colchón, que duermen tranquilos y avizoran años de mayor tranquilidad aún; y equipos que andan siempre con lo puesto y tiran al ruedo planteles vintage o en el mejor de los casos planteles vaciados de una competente generación intermedia, puesto que los mejores frutos de esa generación intermedia están en Europa, o en China, o en México, o se los llevaron los tíos ricos de por acá, los que ya sabemos.

Por un lado tenemos clubes con planteles homogéneos y con buenos detalles de terminación y clubes que andan como bola sin manija detrás del quinielero híbrido del kindergarden y Jurassic Park.

Hablemos de la Superliga y si quieren la mencionamos sin comillas, a condición de que no la desliguemos del mercado de pases y mucho menos de su impronta europeizada, mas no en su vertiente positiva, más bien en la vertiente que con cruel sinceridad expuso no hace mucho, palabras más, palabras menos, don Florentino Pérez, presidente del Real Madrid: "Nuestro caudal financiero se corresponde con nuestro gran equipo y esa espiral ascendente nos garantizará presupuestos altos, grandes equipos y más títulos y más copas".

Hacia finales de 1967 el por entonces presidente de Boca, Alberto J. Armando, habló con su par de Estudiantes, Mariano Mangano, y le pidió condiciones por tres jugadores del equipo platense que venía de ser campeón Metropolitano y subcampeón Nacional.

Mangano respondió a Armando lo que hoy sería imposible para el actual presidente de Estudiantes y para cualquier presidente de un club de un rango similar: "Son intransferibles, porque podemos pagarles los que quieren y porque los necesitamos para intentar ganar la Copa Libertadores".

En 1968, con el plantel intacto Estudiantes ganó la Copa Libertadores, y hoy, por penoso que resulte admitirlo, los fuegos artificiales de la Superliga son insuficientes para negar que en el fútbol argentino la rueda de la historia amaga con atrasar cinco décadas.

 

Fuente: Walter Vargas / Télam