Básquet - NBA

Martes 23 de Mayo de 2017 - 13:40 hs

El miedo a quedarse sin ídolo lleva al fanático a presionarlo para que siga

Si bien es entendible el clamor para que Emanuel Ginóbili siga jugando, sobre una decisión ajena bien vale la paciencia y la prudencia

Actualizado: Martes 23 de Mayo de 2017 - 13:41 hs

Clarín

Los Beatles grabaron el verso final de la canción “The End” en 1969, cuando editaron el maravilloso álbum “Abbey Road”, con la mítica portada con John, Ringo, Paul y George cruzando la calle del emblemático estudio musical homónimo. Faltaban ocho años para que Emanuel David Ginóbili naciera en Bahía Blanca y muchísimos más para que alguna vez escuchara esas palabras y, habida cuenta de su manejo del inglés, las entendiera: “Y en el final, el amor que te llevas es igual al amor que creas”.

Abundan los gestos de cariño, apoyo, agradecimiento y amor -¿por qué no?- que escucha Manu desde hace años de parte de los fanáticos del básquetbol, de aquellos que se prenden en cualquier deporte, del periodismo y de sus pares, quienes tienen a mano sus experiencias personales para definir el carácter extraordinario de la carrera del argentino. Es que ellos saben lo que es el básquetbol de alto rendimiento y admiran que la vigencia de Ginóbili no se haya apagado hasta estos casi 40 años. Entre la elite. Bajo fuego. Donde más le gusta.

No asombran la empatía unánime con un deportista de naturaleza excepcional ni los ruegos amistosos para que haga lo posible por seguir en actividad. Se los ganó en buena ley por su básquetbol artístico. Pero ante esta necesidad masiva de influir en la decisión de un otro hiperconocido públicamente, como si fuera una cuestión de supervivencia, bien vale adoptar la prudencia.

Claramente no fue lo mismo ser un personaje público antes de la imprenta o del telégrafo que con la irrupción de los diarios y de la radio. Menos, desde la televisión. Y muchísimo menos aún, en la era de la conectividad minuto a minuto entre múltiples medios, incluso llevados en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. Hoy es costumbre meterse en la intimidad de cualquier decisión de cualquier personaje público, por más que éste no lo quiera.

Es entendible el clamor popular por ver jugar a Manu hasta que Dante, Luca o Nicola le den nietos. ¿Cómo no querer seguir disfrutando su magia e inteligencia? Gustavo Ruiz, psicólogo deportivo que trabaja junto a Paula Pareto y autor del flamante libro “La cabeza del campeón”, describe los porqué de la necesidad popular de ver en acción eterna a un ídolo: “Las personas convertimos a los deportistas en ídolos y nos identificamos con ellos por sus triunfos y sus valores. Construimos en realidad una relación imaginaria, en la que el ídolo es central. Al idealizarlo, no queremos que se termine. Y entonces tenemos un sentimiento egoísta, porque no pensamos en ese deportista, que es un ser humano y debe decidir sobre su vida profesional y personal”.

Sólo el atleta de alto rendimiento entiende a la perfección que a ese nivel, el deporte no es salud sino un riesgo de doble filo para el que hay que llevar adelante una rutina bien aceitada de entrenamiento, alimentación, hidratación y… descanso, ese amigo del cuerpo del atleta. Es por ese profesionalismo llevado afuera de las canchas que muchos de los integrantes de la Generación Dorada tienen una vida deportiva longeva.

Luego de cada temporada en la que debió tomar una decisión sobre su futuro, llámese escuchar nuevas ofertas, definir si jugaría con la Selección, estar con su esposa tras el parto de sus mellizos o comenzar a pensar en su retiro, Emanuel Ginóbili actuó de la misma manera. A unos días de introspección les siguieron la charla grupal en modo balance que hace Gregg Popovich, algo lógico en todo proceso de un entrenador, y el mano a mano con Pop y R.C. Buford, manager general de San Antonio Spurs. Ahora pasará lo mismo. Y Ginóbili madurará su futuro sólo con su alter ego: Marianela Oroño, su mujer, compañera, madre de sus tres hijos y sostén emocional. El amor es más fuerte.

La necesidad de juzgar al hombre público parece prioritaria, sin ponerse en sus zapatos… o zapatillas, según lo que use. El terrícola de a pie transfiere en un otro público sus sueños y sus frustaciones. Le exige tomar decisiones que probablemente él o ella no tomarían si estuvieran en su lugar. Y en el deporte o en la música se potencia este fenómeno, porque los protagonistas en esos ámbitos resultan ser más cercanos afectivamente que los referentes de la política o de los credos, expuestos públicamente a escándalos cotidianos. Y entonces al atleta o al artista se les exige un deber ser antinatural.

“Al fanático no le es ajeno lo que decida su ídolo, porque si éste se retira, esa persona quedará con un vacío. Por eso le pide que se quede y lo pone exageradamente en un lugar de superhéroe. Sentado en un sillón, la persona ve al ídolo que lo gratifica porque es como si cumpliera con sus expectativas. Pero si de repente no va a estar más, se genera un vacío”, explica Ruiz.

“Mi futuro no depende de si puedo jugar o no. No depende de mucho más de si tengo ganas y de si mi cuerpo está listo para meterme en otros 10 meses de toda esta vorágine -había aclarado el “20” de los Spurs-. Así que cuando termine la temporada, espero 3 o 4 semanas.... Si siento que soy un ex jugador, lo anuncio y se acaba. Si pienso que todavía tengo para dar y todavía tengo para disfrutar de esta aventura, seguiré”.

Claro. Clarísimo. Nada resuelto.

Sin embargo, le seguirán pidiendo que tome la decisión "correcta". “Con la información que hoy está en todos lados, uno se cree dueño de opinar y de decidir sobre la vida de los demás -concluye Ruiz-. Y en el caso de un deportista como Manu, como él refleja lo que uno hubiese deseado ser en algún momento, ese deseo se ve esfumado si se retira”.

La paciencia es una virtud de la que muchos carecen. Pero ayuda a respetar, en este caso, una decisión personal ajena. Igual, que suene la música nomás...

Fuente: Clarín