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Lunes 30 de Mayo de 2016 - 15:52 hs

Qué hacer para que los chicos coman mejor

Cuatro especialistas de distintas áreas reflexionan sobre el tema y proponen soluciones concretas.

¿Por qué nuestros hijos comen mal? ¿Qué hay que hacer para mejorar su dieta? ¿Cuál es la responsabilidad de los padres, y de la escuela? ¿Es una cuestión de educación, de poder adquisitivo? ¿Cuánto tiene que ver el mercado y la industria de la alimentación? ¿Por qué dejamos de cocinar como antes?

Para dar respuesta a estas preguntas, responden  cuatro especialistas de distintas áreas. Un médico investigador, una antropóloga, una nutricionista y una cocinera ofrecen sus reflexiones y proponen soluciones concretas para iniciar un cambio en nuestros hábitos y en los de nuestros hijos.

"La escuela debe garantizar el derecho a una alimentación saludable"

En una Argentina en la que el 34,5% de los niños tiene sobrepeso u obesidad y un 22,4% recibe dietas de baja calidad , la escuela debe garantizar el derecho a una alimentación saludable y la conformación de hábitos perdurables para una buena alimentación. Aquellas condiciones comprometen la salud presente y futura de los niños, los predispone a enfermedades crónicas como diabetes e hipertensión y afecta el rendimiento escolar.

Los niños deben empezar su jornada con un desayuno saludable, con leche o yogur, buenos cereales y frutas. Y la escuela toda debe ser un entorno facilitador y ejemplo de buenos hábitos alimentarios: bebederos o dispensers de agua en cantidad suficiente; comidas ofrecidas en comedores y kioscos con altos estándares de calidad nutricional; suministro de frutas accesible (máquinas o dispensers); educación alimentaria no sólo en el aula o la currícula sino en las propias actitudes del personal docente y del comedor; la escuela y su comedor deben ser no sólo el lugar donde se come sino también se aprende a hacerlo saludablemente.

Las familias deben estar bien informadas acerca de la calidad de la dieta escolar y juntos, escuela y familia completar un "día alimentario" de buena calidad nutricional para los alumnos. Los hábitos alimenticios, buenos o malos, se forman especialmente en los primeros tres años de vida; la escuela, a partir del jardín, es el espacio para ayudar y consolidar esa conformación. Para hacerlo es necesario asumir como política de estado la enseñanza y la garantía de una alimentación saludable, dotarla de presupuesto suficiente y modelos de gestión eficientes y evaluar sus resultados.

"Es bastante común que me pregunten '¿Cómo hago para que mis hijos coman verdura?' Mi respuesta es: ¿Cuánto te importa?"

A esta altura del partido ya sabemos qué es lo que hay que comer y también sabemos bien aquello que deberíamos comer menos. Sobre todo lo que deberíamos darle o no a los niños. Al momento de servirle el plato a tu hijo reconocés la culpa arañando desde adentro. Sabés que un niño no puede comer fideos con manteca cuatro veces por semana, ni patitas, ni salchichas. Lo sabemos todos; al menos si estás leyendo esta nota lo sabés o lo intuís.

Siendo honestos deberíamos mirarnos al espejo y hacernos la verdadera pregunta: ¿Cuánto tiempo menos de pantalla estás dispuesto a sacrificar? ¿Cuántas veces estás dispuesto a cocinar algo e insistir? Los humanos somos animales de costumbres, nos lleva sólo de 9 a 14 veces probar algo y que nos guste. De no ser así no tomaríamos gaseosas light.

Entonces mi propuesta es simple: moderación y variedad. Esa es la clave. Pero los adultos insistimos en lo bueno y lo malo, en Yoda versus Vader: un mito común que se opone a la diversidad. ¿Y cómo logramos la diversidad? Debemos poner la comida al alcance, no sólo del niño, sino de toda la familia. Está comprobado que si ponemos un plato con una manzana cortada, una mandarina pelada y media banana es más probable que se coma que si ofrecemos lo mismo entero en una fuente. Lo porcionado llama.

El tema está en no arruinarles el paladar con mucha grasa, azúcar o sal, y si se lo vamos a ofrecer: que sea casero. La idea es que aprendan a tener un mejor paladar, que aprecien una gama de sabores distintos. Si quieren chocolate está OK, pero que también coman arvejas.

Es bastante común que me pregunten '¿Cómo hago para que mis hijos coman verdura?'; '¿Me das una receta para que mi hijo como vegetales?' Mi respuesta más habitual es: ¿Cuánto te importa?".

Si queremos que los chicos coman mejor, empecemos por comer mejor los grandes. Porque los niños no tienen autonomía alimentaria, comen lo que los adultos (y las instituciones, y la industria y la publicidad hechas por adultos) les ofrecemos para comer. Somos los adultos los que creamos el medio social donde su comida es posible. Entonces, los adultos debemos empezar por preguntarnos qué es comer bien y para quién, porque el significado va a variar si el que define ese "buen comer" es un nutricionista, un ecologista, un economista, un industrial, un publicista, un cocinero, un sacerdote o una mamá. Y luego de que tengamos una respuesta comencemos a practicar ese "comer bien" porque los chicos aprenden sobre todo aquello que experimentan, de manera que si queremos que ellos coman bien debemos comer bien nosotros, los adultos que formamos su contexto significativo: la familia, la escuela, el sistema de salud, la industria, los medios son los formadores del gusto (infantil y adulto).

Porque comemos como vivimos, una sociedad que vive apurada no podía sino comer rápido (y mal). Así como se han desplazado muchas de las funciones de la familia en las instituciones, la industria de lo bueno para vender y malo para comer (en palabras del antropólogo estadounidense M. Harris) ha desplazado la cocina. Y los que más perdieron son los niños. Si queremos que coman bien hay que cocinar, compartir la mesa y enseñar con el ejemplo. Cocinar: porque es ofrecer una comida controlada, regulada en sus ingredientes, preparaciones, porciones y sobras. La comensalidad de la mesa es no solo nutrición sino un potente transmisor de saberes y valores que nos llegan "con la leche tibia" como quería Serrat, y en ese compartir está su valor y su sentido.

"Seguimos creyendo que prohibir es la solución cuando existe evidencia que sólo genera más deseo y descontrol".

Propongo ir más allá de la pirámide y los grupos de alimentos demonizados. Los productos sabrosos seguirán estando en el mercado y nuestros hijos deben aprender a manejar la "porción justa". Tendríamos que poder diseñar entornos donde la decisión saludable sea la fruta más a mano sin prohibir. ¡No imagino kioscos de frutas y agua! Para eso, hay que educar sobre la percepción de hambre y saciedad. Hemos construido como cultura normas de consumo pantagruélicas que los chicos han adoptado sin cuestionar y funcionan como guías de comportamiento.

Se trata de educar los sentidos para generar consumidores críticos: enseñarles a manejar el estrés y otorgarles estrategias de afrontamiento. Y ahí el rol de la familia es fundamental; los padres deben acompañar a los chicos actuando como modelos: '¿Qué ven mis hijos en mí?'. Hay que sostener la mesa familiar al menos una vez al día y compartir con ellos la compra y la preparación de los alimentos.

En definitiva, para que los chicos aprendan a comer hay que trabajar sus habilidades de percepción de hambre versus emociones, habilidades culinarias y talleres de sentidos para evitar que coman en automático. Pero seguimos empecinados en enseñar lo de siempre a pesar del enorme fracaso. Seguimos creyendo que prohibir es la solución cuando existe evidencia que sólo genera más deseo y descontrol.

Fuente: La Nación