Fernando Pais - Columnistas

Domingo 02 de Abril de 2017 - 09:49 hs

Fernando Pais

El alma de Malvinas

El alma de Malvinas que estamos buscando hoy nos lleva hasta el barrio General Paz en Santo Tomé. En calle Arenales, a metros de Candioti, vive en una modesta casa Francisco Altamirano, más conocido por todos como “El Mono Altamirano”. 

Al entrar a la casa uno puede ver una escafandra de bronce de esas de los primeros buzos, es que Francisco es Suboficial Mayor retirado del ejército y en 1982, tenía 35 años de edad, y preparado como soldado fue uno de los casi 12.000 argentinos que pisaron las islas en la Guerra de Malvinas...

Muchas veces hemos escuchado a los soldados que fueron a Malvinas, con pocos meses de preparación y con poca edad. Otra veces escuchamos a algunos pocos militares que como jefes de las fuerzas armadas hablaron del conflicto. Pero pocas veces escuchamos a un militar de carrera, a un suboficial que se preparó para combatir y que nos puede contar la guerra como militar profesional. 

Altamirano pertenecía a un grupo comando que hacía misiones de reconocimiento en patrullas de cuatro o cinco efectivos por las zonas no pobladas de las islas. Comían y dormían a la intemperie, se enterraban por la noche en pozos para evitar ser vistos y para no congelarse. Pero los comandos también recorrían los establecimientos rurales del archipiélago. 

Por esta razón le pregunté cómo era la relación con los Kellpers, cuando entraban a sus casas para evitar que colaboraran con los ingleses...

La voz de Francisco Altamirano se transforma cuando habla de Malvinas.  Conversamos, mate de por medio, más de una hora. Así, El Mono Altamirano me contó que las donaciones que llegaron de comida la tenía el Gobernador de las Islas, el General Menéndez, custodiadas en un galpón mientras que la tropa pasaba hambre. Cuando llegó la rendición los ingleses abrieron esos galpones y alimentaron a los soldados argentinos. 

También, Altamirano me contó que al subir a un helicóptero para una de las misiones se le voló su gorro militar de lana, gorro que reemplazó por uno enviado desde una escuela de quién sabe qué lugar del continente que decía: “Para vos soldadito que esperamos tu regreso”.

Entonces con El Mono Altamirano hablamos del combate, de cómo bajaron un Sea Harrier a tiro de fusil en una colina cerca de San Carlos, y de cómo a lo mejor, él fue quien mató a un capitán inglés en otro enfrentamiento donde era su vida o la del otro...

La guerra es una basura dice Altamirano, y lo dice un militar que se preparó para combatir y que pudo volver. Y alrededor de la guerra hay muchas frases echas, y acerca de Malvinas también. Por ejemplo, no muchos saben que el 2 de Abril muere no solo el capitán Giachino sino además un enfermero que fue a socorrerlo, pero ese enfermero no era Oficial, era solo un correntino.

También se habló del periodista Nicolás Kasanzeu, sobre que vendía los chocolates y los guantes, los argentinos somos muy proclives a hablar mal de los otros. Pero Altamirano me contó cómo Kasanzeu le envió junto a los informes de Malvinas unas cartas para su familia que había quedado esperando en Santo Tomé.

Pero hay algo en lo que todos seguramente acordamos, en la incapacidad, en la cobardía y en la inoperancia de los jefes de la Junta Militar de Gobierno para iniciar la guerra, continuarla, perderla -como era de esperar- y para negar lo que pasó y esconder a los excombatientes...

En su momento el General Balza hizo una autocrítica desde la fuerza sobre la Guerra de Malvinas, y Altamirano recuerda a Balza en las islas al frente de su tropa, apoyando con la artillería las patrullas. Y Balza y Altamirano, comparten el mismo destino de tantos otros militares que pueden hablar porque ellos si pelearon contra el enemigo. 

No como Astiz, que se rindió sin tirar un tiro, claro, es que pelear contra los ingleses preparados y armados no era como matar por la espalda a una piba de 17 años como la suecoargentina Hagelin mientras corría por una vereda de El Palomar.

Por eso el Mono Altamirano se saca la bronca de decir lo que dice y de sentir lo que siente por sus compañeros muertos, por los soldados caídos y por los que regresaron y todavía no encuentran paz. “No hay nada que festejar el 2 de abril”, me decía Francisco, hay recordar porque cada día es como volver a empezar para los que vivieron el horror de la guerra en las Islas Malvinas y la peor de las ingratitudes que es la negación y el olvido de sus compatriotas...

El alma de Malvinas no está en las postales, ni en el Billiken de abril de cada año, ni en la bandera celeste y blanca con la leyenda de la época del Proceso. El alma de Malvinas está en los argentinos que fueron a la guerra y volvieron y viven a la vuelta de nuestra esquina. Pero el alma de Malvinas también en una colina de las islas, está un solitario cementerio, lleno de cruces blancas...