¿Qué le pasa a nuestro cerebro cuando corremos?

Las neurociencias abordan el tema para intentar responder cuál es el impacto de esta actividad en la mente.

“Salir a correr” es una actividad física que resiste al paso del tiempo. En mayor o menor medida, siempre hay gente que corre. Las maratones que se organizan en las distintas ciudades, a veces por causas benéficas o para concientizar acerca de un tema, la popularizan y, de repente, vemos que muchas más personas eligen hacerlo.

Más allá de los efectos que pueda sentir cada uno, correr tiene un impacto físico en el cerebro que los científicos han abordado en múltiples estudios.

Por ejemplo, neurocientíficos alemanes escanearon los cerebros de algunos competidores antes, durante y después de una carrera cuyo desafío es atravesar más de 4800 km. en 64 días. Aquí detectaron que, en el medio de la maratón, la materia gris disminuyó su volumen un 6%, algo que se recuperó luego de ocho meses. Es importante tener en cuenta que el promedio normal de achicamiento es 0,2% anual debido a la edad.

Por lo tanto, un ejercicio de semejante impacto y exigencia podría ser contraproducente. Pero, ¿qué pasa si lo hacemos a un ritmo moderado?

Más movimiento, más células nerviosas

De acuerdo a un estudio de la Universidad de Milán (Italia), mover las piernas estimula la formación de células nerviosas. En el trabajo observaron que los ratones privados de movimiento durante 28 días presentaron un impacto negativo en la movilización de las extremidades, en la formación de nuevas neuronas y otras células del cerebro, “además de una reducción del 70% de las estaminales neurales”, de acuerdo a uno de sus autores.


Mejores capacidades

Un experimento de la Universidad del Oeste de Michigan demostró que correr rápido por media hora influye favorablemente en la capacidad de procesar información. La Universidad Lituana de Deportes y la Universidad de Nottingham Trent, por su lado, sugirieron que correr en intervalos mejora la función ejecutiva, que está vinculada a la atención, las distracciones, las multitareas y la solución de problemas.

Desde la Universidad de Arizona aportan también que los corredores muestran una mejor conexión entre las áreas del cerebro que las personas sedentarias.

Menos estrés

El Instituto sueco Karolinska probó que, a nivel químico, correr puede apaciguar al menos un camino biológico al estrés. Cuando estamos bajo mucha presión, el metabolismo en nuestro hígado convierte un aminoácido (triptófano) en una molécula (quinurenina) cuya acumulación en el cerebro está ligada a la depresión por estrés, los desórdenes de ansiedad y la esquizofrenia.

De acuerdo a pruebas en animales, al ejercitarnos se acumula en nuestros músculos una enzima capaz de romper la molécula en un ácido que no puede llegar al cerebro. Por lo tanto, limpia el flujo sanguíneo de esta sustancia.

Un poco de euforia
En 2008, neurocientíficos alemanes indicaron, mediante estudios cerebrales, que los niveles de betaendorfinas aumentan luego de correr por dos horas y efectivamente llegan al cerebro. Esto explicaría la sensación de euforia que sienten los corredores.